Análisis pertinente de la calidad de contenidos de la televisión mexicana después del caso Laura Bozzo.

Por Redacción Sep 28, 2013
WONGTomado de internet Juan Enrique Huerta Wong

ITESM Campus Monterrey, Revista electronica Razón y palabra.

Resumen

Este trabajo presenta una panorámica de la discusión internacional por medios de comunicación de calidad como condición democrática en tiempos de globalidad y observa cuál es el estado de la cuestión en México. Definiendo la responsabilidad de los medios desde conceptos como calidad y diversidad, plantea que la estructura y oferta de la programación televisiva puede ser un principio para analizar la calidad del sistema de medios en una sociedad determinada. Desde esta perspectiva, se plantea que la diversidad en la televisión mexicana es escasa y la discusión urgente para la transición democrática mexicana.

Evaluación de la calidad en la estructura y oferta programática de la televisión en algunos países del mundo y pertinencia de la discusión en México: Diversidad, ¿para qué?

Decir que los tiempos actuales revisten enorme importancia para la historia de México es un lugar común. Nuestro país inició hace ya más de 30 años una transición política, económica y social que se ha acelerado durante los últimos 12 y que parece caracterizarse por la alternancia en el poder, aun cuando los partidos políticos de oposición no hayan logrado ocupar la Presidencia de la República. Y aun cuando la toma de las decisiones que afectan a todos sigan siendo cupulares, cerrados los espacios a la ciudadanía, que ha mostrado cierta incapacidad para organizarse en grupos de presión.

Para Thompson (1993), lo que hace posible el poder político y económico es el control de la producción y distribución de formas simbólicas, y explica la hegemonía en términos de la concentración de tales mecanismos. Para otros, como Borrat (1991), el subsistema de los medios de comunicación es siempre un indicador del cambio del sistema político.

Sea cual sea el peso real de los medios de comunicación masiva (MCM) como instituciones mediadoras[1], lo que parece posible discutir es que no hay sociedad democrática sin MCM plurales e inclusivos, que al mismo tiempo den cabida a tantos sectores como puede haber en cualquier sociedad[2]. Un supuesto esencial a lo largo de este trabajo es que la transición mexicana tiene que darse en una amplia y global concepción del actuar político. Esto significa que la responsabilidad de todas las instituciones de mediación (gobiernos, escuelas, iglesias, empresas, medios de comunicación) debe ser observada a la luz de la transición. Otro lugar común es que esa observancia debe ser hecha a la luz de la inserción en la globalidad.

Bajo esta doble óptica, y en lo que respecta a la responsabilidad de los medios de comunicación como institución central en la concepción de la realidad, la acción de la televisión, como el más poderoso medio de comunicación masiva, debe ser observada bajo el criterio de la calidad deseable en una comunidad democrática.

Evaluar la acción de la televisión en un entorno democrático es ciertamente complicado, sobre todo cuando, como parece ser el caso, no existen muchos antecedentes de esta discusión en el país.

Sin un mapa de viajero que nos permita acercarnos a nuestro objeto, hemos pensado que es importante distinguir los porqués de la pertinencia de la discusión de la calidad de la televisión en un entorno global, revisar el debate y sus implicaciones en materia de investigación y políticas originadas, e intentar aproximarnos al caso de lo mexicano.

Para ello, este trabajo intenta describir algunos rasgos de la importancia del estudio de los medios de comunicación en este inicio de siglo; definir categorías clave para la evaluación de la acción de la televisión, como calidad, diversidad; establecer niveles desde dónde estudiar la diversidad; revisar antecedentes del camino andado por científicos en otros países y de la discusión desde la reglamentación. Es deseable que esto posibilite la discusión de lo que ocurre con la televisión en México, desde la perspectiva arriba expresada.

Tenemos entonces tres niveles fundamentales de dudas.

1. ¿Qué importancia tienen los medios de comunicación, particularmente la televisión, en una comunidad democrática en tiempos de globalidad?

La que podríamos descomponer así

1.1. ¿Cuál puede ser la responsabilidad de la televisión en una comunidad democrática?

1.1.1.1. ¿Qué podemos entender por calidad en la televisión?

2. ¿Qué nos dice la investigación internacional acerca de la calidad en la televisión?

Y nos lleva a la siguiente subpregunta

2.1. En países donde existe cierto consenso por características deseables en sus medios de comunicación, ¿qué se ha hecho para impulsar dichas características?

3. ¿Cuál es la pertinencia de la discusión en México?

Para la que antes debemos preguntarnos

3.1. ¿Cuál es el estado de la discusión en México?

Los medios y la globalización
En este apartado, nos intentaremos aproximar a una respuesta al primer bloque de preguntas, “¿qué importancia tienen los medios de comunicación, particularmente la televisión, en una comunidad democrática en tiempos de globalidad?” y “¿cuál puede ser la responsabilidad de la televisión en una comunidad democrática?”

Parece haber cierto acuerdo en que al iniciar el siglo 21, el mundo que vivimos está mucho más comunicado que nunca antes. El nuevo orden mundial ha sido llamado globalización, o también mundialización, como prefieren llamarle algunos autores de origen latino (p. e. Boyer, 1997). Se trata de un periodo de reacomodo del orden posguerra fría, para el que existe como fecha simbólica de inicio la caída del Muro de Berlín, y ha sido llamado de esta manera por el creciente flujo de todo tipo de recursos entre naciones.

Respecto a la naturaleza de este tipo de recursos parece haber tendencias encontradas. Por una parte, hay quien prefiere ver a la globalización como un fenómeno derivado de la naturaleza expansionista del capital (p. e. Ianni, 1996), en tanto otro grupo de autores ha explicado que si bien esta etapa histórica se caracteriza por un crecimiento del intercambio internacional de bienes, la diferencia es la visibilidad, no la naturaleza, de esos intercambios. Este punto de partida intenta superar la discusión de la importancia de esta visibilidad respecto a otras características de esta etapa histórica, no intenta observar si es más o menos importante que el intercambio de bienes o la configuración de actores e instituciones políticas, sino sólo distinguirla como una característica que la distinguen de estadios históricos, civilizatorios, anteriores.

Featherstone (1990) opina que existen de hecho cinco esferas de flujos culturales globales que se mueven en rutas no-isomórficas, de gente (ethnoscapes), de maquinaria y plantas industriales producidos por corporaciones y gobiernos (technoscapes), de dinero (finanscapes), de imágenes e información (mediascapes) y de visiones de mundo (ideoscapes) (pp. 6 y 7).

Para Thompson (1998), existió desde siempre una triple arista del poder, a saber, político, económico, simbólico. El poder político fue coercitivo y después regulador, mientras que el económico se sostuvo en la lógica expansionista del capital. El simbólico permitió, por lo menos en algún grado, la permanencia de los dos primeros tipos de poderes, primero mediante el uso de símbolos religiosos, luego vía la expansión del conocimiento, y después, hacia el renacimiento, con la aparición de la imprenta, con el surgimiento de medios de comunicación masiva que en el siglo 20 transformaron la visibilidad de los poderes político y económico haciéndolos públicos, observables.

Los medios están creando “el nuevo espacio de lo visible: se trata de un espacio no localizado [extendido en el tiempo y en el espacio y haciéndose global], no dialógico, indeterminado en el que las formas simbólicas mediáticas pueden expresarse y recibirse como pluralidad de otros no presenciales” (Thompson, 1998, p. 316).

La globalización así entendida se caracterizaría por una mayor visibilidad que nos lleva a redefinir el concepto del espacio público, con el fin de que sea el interés público el que guíe esta nueva etapa a derroteros más justos para todas las naciones y sus habitantes.

Lo difícil es asir el concepto de espacio público. Thompson explica que el espacio público ha tenido por lo menos dos acepciones, entendidas más fácilmente por su oposición a lo privado. En primer término, se ha supuesto al espacio privado como lo doméstico, pero las feministas han hecho ver que creer que lo doméstico debe estar lejos del escrutinio social, no hace sino ocultar la base de los desequilibrios existentes en una sociedad (p. e. Lipman-Blumen, 1984). Por otra parte, una visión tradicional de los Estados latinoamericanos fue ver a su contrario como la iniciativa privada, y hoy existen serias dudas respecto a que si la sustitución de uno por otro ha sido benéfico a la mayoría de la población (Castañeda, 1994).

El escenario del espacio público ha sido, por lo menos recientemente, el sistema de medios masivos de transmisión de formas simbólicas. Pero su creciente importancia como el lugar donde toman sentido las estructuras, instituciones y actores del poder -puesto que por medios masivos de transmisión de formas simbólicas debemos entender todo aquel medio técnico capaz de hacer a un hombre actuar sobre la acción de otros en el tiempo y/o espacio-, es, o debe ser, materia del interés público. Esto es, deben intervenir todos los actores sociales, no sólo la iniciativa privada, no sólo el Estado -como el gobierno-, sino todos los actores, por lo menos en alguna manera y medida. El espacio público debe dejar de parecer representativo para ser deliberativo y construir así el interés público, señala Thompson (1998).

A esto le llaman dimensión comunicativa (Hillve, Majanen y Rosengren, 1997) o prerrequisito técnico de la democracia (Winseck, 1997), es decir, esferas de comunicación pública que sean abiertas a todos, puesto que la comunidad democrática se basa en la no exclusión (p. 220).

Hacia una definición de calidad en los medios de comunicación
Si el escenario del espacio público son los medios técnicos de transmisión de formas simbólicas, los medios de comunicación masiva tradicionales son los más importantes aún. Luego, habrá que cuestionarse cuál es -si tienen- su responsabilidad en la construcción del interés público, entendiendo que “algo es de interés público si sirve a los fines de todo el público en lugar de servir a los de cierto sector del público”, según McQuail (1998).

Los principales elementos del interés público pueden ser

equilibrio: entre los diversos grupos interesados con respecto a un tema controvertido que se relacione con la normativa; heterogeneidad: valor que está vinculado con la atención que se preste al número de intereses diversificados; dinamismo: adaptabilidad y evolución; localismo: resultan favorecidas las emisoras locales y el contenido local; diversidad: de programas y de servicios al público (Federal Communications Commission, en McQuail, 1998, p. 89, cursivas en el original).

En una comunidad democrática, los medios de comunicación masiva tendrían su razón de ser en principios como libertad de expresión y de información, lo cual significa que cualquiera tiene derecho a expresar su opinión, así como informar y ser informado del mundo que le rodea. Deben existir también condiciones estructurales (normatividad), condiciones de funcionamiento (independencia real frente a presiones económicas y políticas, tanto a nivel organizacional como personal), acceso y calidad según criterios de diversidad, confiabilidad, interés, originalidad y satisfacción personal.

Esos principios en los procesos de emisión, oferta, contenidos y consumo de medios de comunicación, ha visto pocos acuerdos en la discusión respecto a qué formas en la estructura -propiedad- de los medios los garantizan. Frecuentemente se ha creído que poner a los medios en manos de la sociedad era un buen comienzo, y se consideró que la iniciativa privada representaría a la sociedad. Sin embargo, como señala Thompson (1998), y como veremos en detalle más adelante, el exceso de la aplicación de este razonamiento ha derivado en la formación de monopolios que limitan el acceso a todos, por lo menos a todos los que no pueden, directa o indirectamente, pagar por ello. Las empresas “se guían por el beneficio y acumulación de capital, y no existe necesariamente una correlación entre la lógica del beneficio y el cultivo de la diversidad” (pp. 308-309).

El interés público, agrega McQuail, no se puede basar solamente en el libre mercado ni en medios estatales. La calidad cultural y de información que recaen en la responsabilidad social de los medios no pueden ser vistos desde el criterio del mercado. Y la responsabilidad de los medios de comunicación es participar en la construcción del interés público, es decir, velar por la participación de todos los actores sociales. Servir a ciudadanos antes que a clientes.

Toda libertad debe ser acotada por la responsabilidad, que podemos entender aquí con McQuail (1997) como “la capacidad, voluntad, necesidad o petición para rendir una responsabilidad de la acción o inacciones de uno […]. Tiene cuatro facetas: ser responsable a alguien, para algo […], sobre la base de algún criterio y con un variante grado de rigidez” (p. 518), y agrega que se pueden establecer dos rutas para reforzar sus obligaciones, una es la discusión por el daño que causen los mensajes transmitidos masivamente, el otro es la calidad.

Esa responsabilidad tiene como destinatario fuentes, clientes, audiencias, afectados y reguladores, con quienes se establecerán prioridades de acuerdo con criterios de proximidad, importancia de voces y legitimidad. La relación implica tres elementos: medios, quien pide la responsabilidad y un árbitro; cuatro dimensiones: temas y principios normativos, formas y discurso, procedimientos y grado de libertad; tres marcos prevalecientes: un marco legal-regulatorio, un marco de mercado financiero, un marco de confianza pública.

En todo esto -elementos que deben intervenir, dimensiones que se deben observar, condiciones estructurales que deben prevalecer- está presente la lógica de la diversidad como el derecho a tener opciones y el compromiso de reconocer y respetar las diferencias entre individuos y/o colectividades, sugieren Ishikawa y Muramatzu (1996), quienes plantean un esquema para aproximarse a la evaluación de la calidad como responsabilidad de los medios de comunicación.

Su propuesta contiene de un lado tres niveles de lo que denominan sistema de medios conformado por sistema, canal y programa; y por otro, niveles sociales, Estado, sociedad, audiencia y profesionales.

Como estándares para la evaluación de la calidad mencionan

– la política de transmisión del sistema (nivel del Estado);

– equilibrio, representación transparente plural, etc.

– en formatos de géneros, puntos de vista, audiencia meta, etc.

– con requerimientos éticos, tiempo y flexibilidad de los canales (nivel de la sociedad);

– la audiencia se mide por factores cognitivos -atención, informativo, etc.- y afectivos -apreciativo, disfrutable-;

– evaluación ética -valor de producción, demandante, innovativos, decencia, etc.- , técnica y ubicación de recursos de los programas (nivel profesional) (Ishikawa y Muramatzu, 1996, pp. 199-201).

A simple vista, como también indican estos investigadores, la fórmula es muy simple. Si existen (más) medios, quien pida la calidad y un árbitro; un grado de libertad para estos elementos, y un marco legal regulatorio tanto como financiero, habrá diversidad, por tanto, responsabilidad, por tanto calidad.

Como veremos más adelante, la fórmula no es tan simple.

Estudiar la televisión, ¿Para qué?
Las características de la televisión como medio de comunicación masiva la han convertido en el de mayor alcance. Gerbner y Gross (1978) atribuyen esta popularidad a que la televisión es un medio completamente diferente a los demás. Refiriéndose a la modalidad abierta, dicen que al contrario del cine, no hay que pagar para verla, es gratis y está continuamente disponible; no es necesario saber leer como con el caso de la prensa y es diferente al radio porque no sólo dice sino que también muestra (p. 176).

Diversos autores, entre ellos los mismos Gerbner y Gross, confieren entonces a este medio de comunicación masiva propiedades altamente decisivas en procesos de formación tales como la culturización y la socialización. Estas características establecen preocupaciones acerca del sistema de valores que transmite (Gerbner, Gross, Morgan y Signorielli, 1986, p. 29). La televisión, dicen, es la pieza central de un sistema social que homogeniza e impone la visión de quien debe ejercer la dominación. Aunque no es éste el punto de partida de este trabajo, como ya se indicó, sirva la posición de estos autores para mostrar la importancia del estudio de la televisión.

En América Latina, México es al menos uno de los tres países en dónde la televisión tiene mayor penetración y es más observada (tabla 1).

Este fenómeno parece ir en aumento. Como sugieren las tablas 2, 3 y 4, el ascenso de la regularidad con que los mexicanos ven televisión va aparejada con una mayor frecuencia en el consumo diario de sus contenidos. Aunque estos datos provienen de lugares distintos, parece posible su generalización a las principales ciudades de México.

Por otra parte, las cifras más recientes de exposición de la audiencia –pese a que varían entre las fuentes (comparar tablas 5 y 4)-, parecen altas, si tomamos en consideración que los estándares internacionales en investigación de la comunicación señalan que los espectadores que se encuentren cerca de 4 horas de exposición o más, son tomados en cuenta como fuertes consumidores de televisión (heavy viewers) (ver los mismos Gerbner y Gross, 1978; Gerbner, Gross, Morgan y Signorielli, 1986) .

Esto es reforzado por la preferencia de la televisión como principal fuente de esparcimiento entre los mexicanos, como muestran las tablas 6 y 7.

Si tomamos en consideración el lugar de México como fuente de oferta y consumo en el mapa latinoamericano, además del cada vez mayor consumo de televisión que parecen mostrar los habitantes de este país, encontraremos un buen principio para aproximarnos a una evaluación de la televisión.

Operacionalizando la calidad: El tema de la diversidad
Para fines de este trabajo, desde la visión del interés público, se entenderá a la calidad como diversidad, pero evidentemente no es la única forma de hablar de esto. De hecho, definir qué es buena televisión es arbitrario, casi tan imposible como definir lo hermoso, reconoce Hillve (1995, p. 27). Legatt (1996a), sugiere que posibles acepciones de calidad son oportunidad, rango, variedad, equilibrio y apreciación. Las cuatro primeras se pueden encuadrar dentro de los principios de acceso y reflejo, que describiremos inmediatamente. La última tiene que ver con lo que audiencias y productores definen acerca de calidad, que, de hecho, no parece estar reñido con la postura teórica al respecto, como también describiremos más adelante.

Aun con este recorte, quedan muchas más acepciones posibles de calidad, tal como resume Raboy (1996b, 287), quien al intentar aproximarse a una definición de calidad en la programación de la televisión encontró 12 conceptos de uso constante en el discurso por la normatividad en el escenario canadiense, cuyo uso depende de quién sea el emisor.

Una definición de la diversidad es “la variabilidad massmediática (fuentes, canales, mensajes y audiencias) de acuerdo con las diferencias relevantes en la sociedad (políticas, geográficas, socioculturales, etc.)” (McQuail, 1998, p. 221).

El objetivo central de la diversidad es “que los receptores de emisiones tengan derecho a ‘recibir un acceso adecuado para sus ideas y experiencias sociales, políticas, estéticas, morales y de otro tipo’” de acuerdo con la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos de América -en adelante FCC- (McQuail, 1998, pp. 214-215). Es un medio y un fin en sí mismo. “En una sociedad pluralista, todos los grupos deben tener los mismos derechos, si no el mismo status” (McQuail, 1998, p. 216).

McQuail (1998) ha dicho que existen también dos principios de diversidad. Un primer principio es el de reflejo, según el cual “existe diversidad representativa cuando la ‘estructura’ de la diversidad en las comunicaciones se corresponde con la estructura de la diversidad en la sociedad” (p. 217). Esto ha sido explorado, por dar un ejemplo, en términos cuantitativos, confrontando el desequilibrio entre el número de protagonistas femeninos y masculinos en los programas de televisión (Quintero Ulloa y López Islas, 1999) con el de hombres y mujeres existentes en la realidad nacional.

El principio de la diversidad como acceso, refiere que “las condiciones primordiales para un acceso efectivo son: libertad para expresarse; oportunidad real de manifestarse (para lo cual debe existir un número suficiente de canales independientes y diferentes); autonomía o un conveniente autogobierno de las oportunidades de acceso a los medios”. Estas condiciones producirán diversidad en términos de más canales y opciones para la audiencia, lo que a su vez redundará en más oferta y más demanda. Estos principios, aclara McQuail (1998, pp. 217-8) están interrelacionados y también pueden ser independientes entre sí.

Es importante, con el fin de acercarnos a nuestro objeto, destacar lo que para McQuail son subconceptos de la diversidad de medios, los niveles de la organización y el contenido, o del sistema, canal y programa, como prefieren denominarle Ishikawa y Muramatzu (1996).

También es importante mencionar que Hillve (1995), agrega a estos dos principios un tercero, que denomina oportunidad (que McQuail introduce como condición al principio de acceso), de los cuales deriva dos aspectos, denominados diversidad cultural -que puede ser medido por la distribución de producción doméstica y extranjera- y diversidad de géneros, que puede ser definida como “una medida de la probabilidad que un horario de programa satisfacerá la necesidad de variedad de un espectador individual […] a más géneros ofrecidos, más grande la libertad de oportunidad y más grande la libertad de oportunidad de la audiencia” (p. 27).

La diversidad es observada en principio desde la programación, entendida como “una combinación dada de programas distribuidos a nivel de sistema u organizacional [canal]” (Rosengren, Carlsson y Tagerud, 1996, p. 12). Las preocupaciones respecto al principio de reflejo al interior de los programas son importantes, pero los contenidos de dichos programas corresponden a una segunda revisión, si se quiere más profunda, definida como variedad (Ishikawa y Muramatzu, 1996).

Teóricos liberales han entendido que la libre empresa sería el adalid del cumplimiento de la satisfacción de los intereses personales de los consumidores de medios de comunicación, lo que ha sido denominado como la teoría de la prensa libre, que históricamente parece corresponder a una discusión procedente de la guerra fría y la polaridad Estado-empresa que se desprendió de la misma a partir del modelo establecido de poderes mundiales. Al margen de su ingenuidad, que con Thompson (1998) hemos mencionado y con Ahn y Litman (1997) mostraremos más adelante, lo que resalta de este debate es la hipótesis de la importancia de la estructura social de los medios como determinantes de su oferta, lo que ha sido denominado como su aspecto ideológico (Rosengren, Carlsson y Tagerud; 1996, pp. 5-12), aunque también este concepto parece rebasado en tiempos de la globalización. Por otra parte, particularmente ante el arribo de lo que con Straubhaar y LaRose (1997) denominamos medios de comunicaciones -para referirnos a los derivados del desarrollo de satélites, computadoras y teléfonos, vinculados a los medios tradicionales-, ha surgido la hipótesis de la relación entre la cantidad de la producción, la diversidad de la misma y la calidad en la programación (Rosengren, Carlsson y Tagerud, 1997, p. 32). Atendiendo a la definición de diversidad observada arriba, podríamos suponer que a más canales, mayor diversidad, que de hecho ha sido el argumento de la televisión privada (no abierta) (Kim, 1996, p. 2). Como veremos más adelante, esto no es tan simple.

McQuail (1998) ofrece dos conceptos clave, diversidad externa e interna. La primera surge cuando hay un gran número de canales, la segunda cuando hay pocos. Éste es un enfoque desde el canal, de modo que la diversidad externa existe desde “afuera” del canal, cuando hay un sistema de medios altamente competitivo en su diversidad y presiona al canal. Esto puede ocurrir en países con sofisticadas reglamentaciones que contemplan conceptos como el interés público y la calidad en sus objetivos (Raboy, 1996a). La diversidad interna se puede alcanzar cuando en un sistema de medios con pocos canales, se percibe que la demanda no será satisfecha si no existe un alto grado de diversidad. Responde una hipótesis, agrega McQuail (1998), que es que los

medios que tratan de maximizar sus audiencias y su captación de anunciantes, o que poseen un grado de monopolio, también intentan evitar la exclusividad para cubrir todos los intereses y las necesidades de información que puedan, y no agraviar a minorías importantes (o a los intereses del poder político o económico) (p. 220-1).

El problema es que estas minorías son importantes para los medios en tanto representen al mercado, es decir, serán atendidas en tanto tengan capacidad de consumo y por lo tanto, una buena cantidad de ellas serán excluidas de los medios, de acuerdo con la misma hipótesis. El autor sugiere que un ambiente ideal en beneficio del interés público es promover la diversidad alentando distintos tipos de estructura de medios, que el sistema promueva el acceso (p. e. en materia electoral) y cada canal el reflejo (p. 221).

Así llegamos a las definiciones de diversidad horizontal y vertical.

La diversidad horizontal se refiere al número de programas o tipos de programas diferentes disponibles para el espectador/oyente en un momento determinado. La diversidad vertical mide el número de programas (o tipos de programas) diferentes que ofrece un canal (o grupo de canales) a lo largo de toda la programación (de una noche, una semana, un mes, etc.) (McQuail, 1998, p. 225)

Considerando estos cuatro puntos de vista acerca de la diversidad, McQuail (1998) propone que la diversidad puede evaluarse

en el nivel de la estructura (externa/interna), o el espectro de opciones en los canales; en el nivel de la acción (criterio de igualdad o porporcionalidad); en relación con la cantidad y con la clase de la representación y el acceso; por referencia a la dimensión horizontal o vertical del tiempo (p. 225, cursivas en el original).

Kim (1996) sugiere que la diversidad horizontal es más un reflejo de la oportunidad de las audiencias y la diversidad vertical es más un indicador de la acción de los medios, aunque al revés es también factible (p. 110).

Es decir, habría que revisar qué tanta diversidad existe en el sistema de canales, en la programación y contenidos de la oferta de la televisión, en un canal y horario establecido; asimismo, observar la relación entre la cantidad de la producción y la diversidad de la misma. Antes de pasar al análisis del caso mexicano, revisemos el estado de la cuestión en el escenario internacional.

La investigación de la calidad en la televisión
Visto desde qué marco de referencia ha surgido la investigación de la calidad en la televisión y cómo se ha operacionalizado, intentemos aquí dar respuesta al segundo bloque de preguntas “¿Qué nos dice la investigación internacional acerca de la calidad en la televisión?” y “En países donde existe cierto consenso por características deseables en sus medios de comunicación, ¿qué se ha hecho para impulsar dichas características?”

La discusión ha tenido dos tipos de consecuencias, observan Rosengren, Carlsson y Tagerud (1996). De un lado, consecuencias en materia de investigación, por otro, debates para la política de medios, si bien Raboy (1996a) advierte que aunque en el discurso político el tema de la calidad ha sido constante, en realidad son mínimos los avances, particularmente en materia de investigación.

Aunque los primeros estudios acerca de la diversidad en la programación y estructura de la televisión datan de los setenta (cfr. Greenberg y Barnet, 1971; Levin, 1971), en realidad no existen mayores esfuerzos al respecto sino hasta los noventa (cfr. Ishikawa, 1996; Kim, 1996; Hillve, Majanen y Rosengren, 1997; Hultén, 1995). De modo que es éste un tema que corresponde plenamente a la discusión por el rol de los actores sociales en el replanteamiento del orden internacional en tiempos de globalización, debido a que en materia de comunicación, como explican Vincent (1997) y Gerbner, Mowlana y Schiller (1996), las expectativas de un nuevo orden mundial tras la caída del Muro de Berlín no fueron satisfechas.

Esta nueva etapa se caracteriza por lo que Sánchez Ruiz (1996) denomina interdependencia asimétrica, es decir, la capacidad de las élites de países de la periferia por tomar posiciones en el mercado internacional.

La lógica política de la bipolaridad del orden de la Guerra Fría cedió a la lógica racional del capitalismo salvaje. La apertura de los mercados motivó el expansionismo de todo tipo de empresas, particularmente, como hemos argumentado, las productoras y transmisoras de formas simbólicas, que han podido vender a todo aquel que pueda pagar una multiplicidad inédita de productos mediáticos. Es preciso cuestionarse si éste es realmente el rol de los medios en la globalización, y también hemos argumentado que no, la comunidad mundial debe basarse en la no exclusión y un sistema económico de la comunicación así pensado, niega el acceso, principio básico de la diversidad (Winseck, 1997). Pero aun cuando éste no sea su papel fundamental, aunque el interés público sea su razón de ser, no queremos decir que la diversidad esté reñida con la lógica de negocio de las empresas privadas y con la autosuficiencia en su operación en el caso de las emisoras públicas, que garanticen, sobre todo en el caso de éstas últimas, su posibilidad de sobrevivencia.

¿Qué nos dice la investigación al respecto de la diversidad en la programación, qué tipo de estructura de medios garantiza a ésta, y con qué factibilidad económica? ¿Cuáles son las implicaciones que en materia de política de comunicaciones han resultado de la investigación al respecto?

En este apartado intentaremos acercarnos a la respuesta de estas preguntas.

Para medir la diversidad
Mientras que en el estudio de la calidad de la televisión existe cierto consenso respecto a que la diversidad es la variable clave, no existe acuerdo respecto a cómo medirla (Ishikawa et. al., 1996, p. 253). Más o menos hay pasos definidos que todos los autores usan, tales como la definición del nivel de la diversidad que se quiere estudiar -por ejemplo la programación-, un índice y una tipología.

Por índice se entiende el procedimiento numérico de análisis y representa “la suma de las probabilidades que los géneros tienen de ser transmitidos por televisión durante un periodo dado” (Hillve, 1995, p. 27). Aquí se han usado frecuencias y porcentajes, anovas, coeficientes de variación. Destaca una medida usada por el Instituto de Investigación en Cultura de la Televisión japonesa (dependiente de la NHK, la mayor empresa de comunicaciones de ese país), denominada entropía relativa, que consiste en utilizar herramientas econométricas para medir en rangos de 0 a 1, donde 1 es el máximo de diversidad alcanzado. De hecho, existen estudios donde a partir de una misma muestra se han confrontado índices de medición distintos, con resultados más o menos similares (Kambara en Hillve, Majanen y Rosengren, 1997). Aunque los distintos índices de medición producen resultados generalmente representativos, existe hasta el momento disenso respecto a cuál evita el mayor grado de sesgo.

Más o menos ocurre lo mismo con las tipologías, es decir, las distintas categorías de medición. Aquí, explica Kim (1996), se han distinguido generalmente por dos formas de catalogación, denominadas formatos y tipos. La primera corresponde a lo que algunos autores entienden por las funciones de televisión, es decir, información, entretenimiento, educación; y algunos prefieren añadir hobbies e intereses personales como medida de la oportunidad de satisfacción de intereses individuales. La segunda se refiere a los diferentes géneros o tipos de programas en que se descomponen los formatos, por ejemplo, noticias y documentales corresponderían al formato de información; telenovelas y caricaturas al entretenimiento; y así consecutivamente. El mismo autor agrega que existe un debate entre obtener la tipología del ser o del deber ser. Es decir, de la oferta existente o del conjunto de posibilidades que podría ofrecer la televisión; mientras que él prefiere lo segundo, el programa de Evaluación para la Calidad de la Transmisión de la Programación de la NHK, probablemente el esfuerzo más grande de investigación al respecto, prefirió la primera opción (Ishikawa et. al., 1996). Se han usado desde tipologías dicotómicas de información/comunicación hasta tipologías tan extensivas como 45 categorías.

Por lo que se refiere a las muestras, los casos en que no se haya utilizado una semana de programación para el análisis de la diversidad, son rarísimos.

Como antes se dijo, existen dos aspectos a considerar en la evaluación de la programación, diversidad de géneros y cultural. La primera mide cuántos tipos distintos de programas existen y se entiende que habrá una mayor libertad de oportunidad de la audiencia si hay un mayor número de géneros ofrecidos (Hillve, 1995, p. 27). La segunda deriva de la primera y atiende a la preocupación que algunas naciones han mostrado respecto a la definición de identidades culturales (Raboy, 1996a). Aquí es oportuno mencionar que si bien la investigación en comunicación rechazó hace mucho tiempo la existencia de efectos directos de los medios en sus audiencias y propuso que existen, por un lado, otras mediaciones que los medios, y por otro lado, mecanismos de negociación de los impactos en los habitus de las audiencias, también existe evidencia respecto a cierto grado de influencia de la televisión en los públicos, razón por la que países como Canadá (De la Garde, 1993), Dinamarca (Sondergaard en Hultén, 1995), o Nueva Zelanda (Norris y Pauling, 1999), han mostrado preocupación por el flujo de programas extranjeros en sus televisiones.

Diversidad en la programación, dependencia con la estructura
Con las diferencias mencionadas en las formas de medición y categorización, los resultados suelen coincidir, sin embargo.

Los refinamientos de investigación hechos durante los noventa parten de una discusión de los setenta entre Levin (1971) y Greenberg y Barnett (1971), quienes coinciden en los datos pero no en su interpretación de los mismos. Se usó el Índice Land de 20 tipos de programas para revisar la oferta de 120 estaciones emisoras de Estados Unidos, encontrando que los canales públicos tienen un 87 por ciento de horas de opción para el consumidor duplicadas, en tanto que la duplicación alcanza 40 por ciento en los comerciales. Se entiende por duplicación el indicador de opción real por cada canal añadido, partiendo del supuesto que cada canal podría ser una opción diferente para el espectador, lo que de hecho no ocurre, como la evidencia indica, así que en principio, se puede cuestionar el argumento de la televisión pagada por ofrecer más diversidad, aunque revisaremos este punto más adelante.

Levin sostuvo que era deseable una política de fortalecimiento de televisión pública, en tanto que Greenberg y Barnett plantearon que más bien, se debería fortalecer la presencia de programas públicos en canales privados. Un primer punto de acuerdo acerca de la función pública de la televisión parece surgir desde esta primera discusión, pese al disenso.

Para Levin (1971), una televisora educativa ofrece de ocho a 12 veces más diversidad que una comercial y encuentra por ejemplo que parece haber más diversidad cuando hay más estaciones y aun más cuando no todas son comerciales. Encontró también que las estaciones que poseen periódicos tienden a mostrar escasos grados de diversidad y discute que las empresas más fuertes, que son las que alcanzan menores índices de diversidad, son las que pueden invertir más en sus audiencias, con programas de escaso margen de ganancia. De entrada, sus hallazgos se contraponen fuertemente a la visión liberal descrita acerca de que los intereses privados serían los de la sociedad.

A partir de esta discusión se han generado refinamientos importantes, que tienen que ver con la dicotomía canales públicos y comerciales, televisión abierta o privada, la factibilidad económica de la diversidad, la competencia como factor de diversidad.

Al usar una tipología de 21 programas[3], Hillve (1995; Hillve, Majanen y Rosengren, 1997) encontró en la televisión sueca una preeminencia de contenidos de ficción sobre noticias. Comparando los años de 1992 y 1994 con una semana de muestra, halló un aumento de la diversidad, aun en horario estelar (Triple A ó Prime Time), que ahí es de 7 a 10 de la noche (Hultén, 1995), un efecto positivo desde sus hallazgos anteriores, que notaban un detrimento de la diversidad desde los ochenta.

De hecho, la televisión sueca, con una amplia tradición de propiedad pública, es una de las más diversas en el mundo. Al comparar la oferta de la televisión nacional en cinco países, el grupo de trabajo encabezado por la empresa nacional de televisión pública japonesa (NHK) encontró el más alto valor en Gran Bretaña, seguida por Suecia, Japón y Canadá, quedando Estados Unidos en el más bajo sitio. Sus hallazgos apuntan que la frecuencia del tipo drama es el contrapeso de la diversidad; donde es más bajo, como Inglaterra y Japón, la diversidad es alta; en Estados Unidos, donde su frecuencia es alta, la diversidad es baja (Ishikawa et. al., 1996, p. 260). En general se encontró menos diversidad en los horarios de mayor audiencia (Triple A), salvo en Suecia, donde no existen diferencias significativas entre los horarios estelares y los de todo el día. Este estudio confronta más la forma de medición que su tipología, reducida a 15 programas.

Los hallazgos del equipo de trabajo de la NHK coinciden en lo general con la posición de Levin respecto a la estructura de los sistemas de televisión, pues el único país donde la televisión comercial juega un papel mayor, Estados Unidos, deja que desear en materia de diversidad, en tanto que el sistema televisivo con mayor tradición pública, Inglaterra, alcanza el más alto índice.

Por su parte, Kim (1996) comparó a los sistemas televisivos de Estados Unidos, México (tradición televisiva comercial); Inglaterra, Francia (tradición televisiva pública); Corea y Japón (tradición televisiva mixta)[4]. Utilizando análisis de regresión como medida, sólo encontró, en materia de formatos, diferencias estadísticas en materia de entretenimiento, cuya frecuencia es mucho mayor en tanto hay más presencia de canales comerciales. Encuentra asimismo evidencia suficiente para respaldar las hipótesis de que a) un país con más canales de televisión tendrá más alta diversidad horizontal de programas, b) canales públicos tienen mayor grado de diversidad que los comerciales y c) la diversidad es mayor en los sistemas abiertos que privados .

Aunque es frecuente que se discuta que los canales públicos ofrecen mayor grado de diversidad que los canales comerciales (Litman y Hazegawa, 1996; Hillve, Majanen y Rosengren, 1997; Kim, 1996; Ischii, Su y Watanabe, 1999; Norris y Pauling, 1999), la evidencia sugiere que el monopolio de la programación por parte del sistema público de televisión también reduce la diversidad. Es el caso, por ejemplo, de la televisión educativa japonesa (Hillve, Majanen y Rosengren, 1997, p. 310). Esto ha hecho suponer a algunos que existe convergencia entre los tipos de contenido de televisión pública y privada.

Al confrontar el argumento de la convergencia de tipos de contenido entre las televisoras públicas y privadas, Hultén (1995), encontró en la televisión escandinava (Alemania, Finlandia, Dinamarca), evidencia para plantear una división del trabajo, en la que las estaciones comerciales se dedican mucho más al entretenimiento (juegos y concursos) y drama (ficción y comedia), y las públicas a la información y educación. Parece coincidir con Youn (1994), en que no necesariamente al haber más canales habrá mayor diversidad, si no hay competencia. De hecho, revisa los casos donde hay más competencia, y sugiere que un sistema como el finlandés, donde existe un sistema mixto, con un mayor número de canales públicos pero canales comerciales fuertes, hace posible la convivencia del modelo diverso de oferta en los canales públicos con el modelo concentrado de oferta en los canales comerciales, posibilitando la competencia e incrementando la diversidad total.

En el eje de las preocupaciones de los emisores por seguir siempre la forma establecida de conseguir el mayor número de audiencia, está el argumento de la factibilidad económica. Como hemos, dicho, Levin encontró que las empresas multimedia ofrecen el menor grado de diversidad. Pero hoy, en los albores del Siglo 21, con los grandes monopolios ejerciendo el control de la mayoría de formas simbólicas transmitidas masivamente en el mundo (Thompson, 1993; Roach, 1997), debemos cuestionarnos si la diversidad puede ser factible para grupos en desventaja económica, particularmente en un sistema de televisión tradicionalmente comercial como el mexicano.

Ahn y Litman (1997) encuentran que existe una distribución normal entre canales de televisión integrados verticalmente. Analizando, con herramientas econométricas, en 440 canales de televisión estadounidenses privados, no sólo la cantidad de diversidad ofrecida, sino también sus costos de operación -en este caso pagados por el televidente-, encuentra evidencia suficiente para sugerir que si bien canales independientes no ofrecen altos índices de diversidad, debido a sus costos de operación, tampoco los grandes grupos multimedia lo hacen. Grupos relativamente pequeños para ese mercado, entre los seis y nueve canales asociados, son la mejor propuesta en cuanto a factibilidad para una programación diversa.

Diversidad cultural
Al centro de las preocupaciones en investigación de la diversidad ha estado el tema de la diversidad cultural. Para algunos países, como Canadá (Raboy, 1996a) o Nueva Zelanda (Norris y Pauling, 1999), la diversidad cultural ha sido la categoría importante al definir la calidad.

Norris y Pauling (1999) encuentran, en un estudio comparado de diez países, que son los países productores de televisión más importantes, los que mayor cantidad de programación local transmiten en sus canales (Estados Unidos, 90%, Reino Unido, 78%; Canadá, 60%; Noruega, 56%; Australia, 55%; Finlandia, 48; Sudáfrica, 48, Irlanda, 41, Holanda, 40, Singapur, 24.5; Nueva Zelanda, 24). De entrada, aquí ya no juegan un rol destacado los canales públicos, pues países con una tradición pública importan grandes cantidades, como vemos. Por otra parte, suelen importar programación inglesa, cuya empresa estatal, la BBC, es altamente dominante en contenidos educativos, por ejemplo. Esto fortalece la hipótesis de la división del trabajo, pero no habla bien de lo que se entiende como diversidad cultural.

La constante es la concentración de las importaciones de programación estadounidense. Raboy (1996b) encontró en la televisión canadiense un 30.8 por ciento de importaciones estadounidenses, de los que 55.6 por ciento son películas y series. En combinación con las cifras de importaciones inglesas en materia educativa, argumenta que existe una cierta colonización de los públicos franceses por las producciones en idioma inglés, lo que le parece preocupante. Si en materia de diversidad de géneros la televisión canadiense ya puede encontrar razones para preocuparse (43 por ciento es información/intereses personales/educación y 57 por ciento es entretenimiento/ficción, que se dispara a más del 75 en horario triple A), el hecho de que ellos definan su diversidad desde el punto de vista cultural encuentra motivos de preocupación en lo que parece ser un ascenso en las importaciones estadounidenses, particularmente de ficción (cfr. De la Garde, 1993; Gates, 1998; Raboy 1996b; Tremblay y Gauvreau, 1995).

En Taiwan, a partir de una privatización reciente de las comunicaciones, las importaciones se han disparado. Las provenientes de Estados Unidos llegaron a ocupar el 99 por ciento de su programación, apuntan Ischii, Su y Watanabe (1999), quienes reportan una división del trabajo en la ficción importada, en la que la japonesa ocupa un muy alto rango de importaciones destinado a público muy joven o muy adulto, como caricaturas y series clásicas, en tanto que las importaciones estadounidenses, también muy altas, son líderes en los programas destinados al público medio.

Tres factores parecen influir en países con alto número de importaciones. Por un lado, está la afinidad geolingüística, menciona Sánchez Ruiz (1996); por otro, la vecindad, propone De la Garde (1993); otro más sería una baja producción de programación local, que facilite el acceso de programación. En el primer caso podemos mencionar a países como Canadá (De la Garde, 1993); en el segundo a Dinamarca (Lerche-Nielsen y Wechselmann, 1993); y en el tercero a Sudáfrica y Nueva Zelanda (Norris y Pauling, 1999). Aunque es natural que estos factores puedan estar concatenados. Conviene recordar, como antes se dijo, que pese a haber una alta cantidad de importaciones en materia de ficción en el caso estadounidense, y en educación en el inglés, el flujo no es unidireccional, como habría sugerido Varis (1988) hace ya algunos años, sino que está sujeto a un flujo denominado interdependencia asimétrica (Sánchez Ruiz, 1996), aunque estudiar a fondo este fenómeno no es objetivo de este trabajo, sino observar cuál es el grado de diversidad en la televisión mexicana.

Es preciso comentar sin embargo, que es frecuente que la programación local sea mayor a la extranjera (cfr. Biltereyst, 1992), lo cual no es razón para hacer a un lado este tipo de preocupaciones, como hemos visto a partir de los datos de Norris y Pauling (1999), tomando en cuenta que existe un cierto dominio en el flujo de contenidos de ficción, particularmente la proveniente de Estados Unidos.

También es preciso reiterar que el hecho de que exista una programación preferente, no significa que exista siempre un consumo preferente de esta programación, como comentaremos más tarde.

Implicaciones en la reglamentación
Si a partir de la frecuentemente mayor cantidad de programación local que extranjera y el también mayor consumo de la misma (Biltereyst, 1992), hay quien afirma que la televisión es ante todo un medio local (Sinclair, Jacka y Cunningham, 1996, p. 10), la reglamentación respecto a la diversidad programática y cultural de la televisión, sólo se puede observar desde este plano, ante la ausencia de otro.

Ha ya mucho que en Latinoamérica, teóricos como Dorffman (1980), Mattelart (cfr. Dorffman y Mattelart, 1975), Reyes Matta (cfr. Santa Cruz y Erazo, 1980) o Mayobre Machado (cfr. 1978), plantearon la necesidad de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, es decir, de reglamentar el libre flujo de bienes culturales. La discusión dio como resultado la salida de Estados Unidos y Gran Bretaña de la UNESCO, organización que propuso foros de debate que antecedieran a dicha reglamentación (cfr. Mac Bride, 1988). Aunque ahora en África y Asia aun quedan grupos que de manera organizada proponen el reavivamiento de esta discusión (Bergmo, 1998; African news for Africa, 1996; Van Zyl, 1998), el tema de una reglamentación global para un escenario global no tiene mayor interés para las organizaciones que pudieran auspiciar este esfuerzo (cfr. Entrevista con Kofi Annan, 1998). De modo que las reglamentaciones son siempre locales.

Al igual que en materia de investigación, la discusión por la diversidad parece mostrar dos tendencias en las reglamentaciones locales, que podemos identificar, acorde con lo antes descrito, como diversidad programática y cultural.

Como Raboy (1996a) recuerda en el caso canadiense, la discusión por la calidad ha estado presente en la discusión en materia de reglamentación de muchos países, operacionalizándose casi siempre en leyes para evitar los monopolios, ampliar la pluralidad y diversidad -que para efectos de este trabajo usamos como sinónimos-.

Pese a esta relativa amplitud de la discusión, el mismo Raboy enfatiza que no existe ningún acuerdo sobre el estándar a usarse, ni siquiera al interior de los países. Nuevamente, es preciso insistir en que cada país ha encontrado su propia forma de manifestar regulatoriamente estas preocupaciones. En Estados Unidos de América, por ejemplo, la competencia privada es vista como una forma de evitar los monopolios y procurar así diversidad en las programaciones, lo cual es observado por la Comisión Federal de Comunicaciones –FCC–. Sin embargo, como afirman Fortunato y Martin (1999), el Acta de Reforma a las Telecomunicaciones dictada en 1996, en realidad fomenta las prácticas monopólicas, para lo cual diferencian entre monopolio -como la ostentanción de un producto por una sola empresa- y prácticas monopólicas, que significa el control de la circulación de los bienes, en este caso simbólicos, en manos de unas cuantas firmas, bajo el supuesto de que el mercado hará representar en la programación los intereses de todos. Como señalan los mismos Fortunato y Martin, así como también McQuail (1997 y 1998), el mercado por sí solo únicamente representará los intereses de todos… dependiendo de su importancia como consumidores.

Otro país que promueve la diversidad en su reglamentación viéndolo desde la estructura del sistema televisivo es Alemania, donde la legislación fomenta la casi inexistencia de canales nacionales y una multiplicidad de pequeños canales regionales, aunque, como en el caso anterior, es menos estricto respecto al encadenamiento de estos canales, cuya independencia ha sido poco a poco dañada (Hultén, 1995).

Las soluciones en materia de reglamentación son tan diversas como la comprensión de la diversidad. Algunos países, como Taiwan, han encontrado una solución probable en restringir las cuotas de entretenimiento al 50 por ciento del total como máximo (Ishii, Su y Watanabe (1999); Canadá ha formulado la definición de programación de prioridad, entre lo cual incluye largos documentales; programas regionales -que no sean deportes o noticias-; y programas que promuevan la historia, personajes y valores locales. Al menos 8 horas de programación de prioridad deben ser transmitidas durante el horario Triple A cada semana (The new policy on canadian television: More flexibility, diversity and programming choice, 2000).

En su referido análisis comparado de sistemas televisivos en 13 países de América, Europa, África y Oceanía, Norris y Pauling (1999) encuentran que los mecanismos más frecuentes de regulación en los países preocupados por garantizar la diversidad, son 1) apoyo a emisoras públicas, 2) condiciones en la concesión -que a menudo, señalan, son imprecisas, presumiblemente para dejar un espacio a las prácticas monopólicas, como en el caso de Estados Unidos de América-, 3) cuotas de programación.

Con estos autores, podemos mencionar en el primer apartado los casos de Noruega, Suecia e Inglaterra. En el segundo, a países como Finlandia o Estados Unidos de América. En el tercer rubro destacan Canadá, Holanda, Australia y Sudáfrica, si bien cada país adopta características distintas.

Canadá posee probablemente una de las legislaciones más avanzadas del mundo, señalan Norris y Pauling (1999). Además de las mencionadas cuotas de programación, este país posee políticas en materia estructural (el 60 por ciento de su oferta debe ser de canales abiertos) y sobre todo cultural, pues como hemos visto, esta área es la más importante en su discusión interna. En este mismo sentido, Holanda tiene una barrera relacionada con el lenguaje, pues el 40 por ciento al menos debe ser transmitido en holandés. Llama la atención el caso de Gran Bretaña, donde las cuotas son regionales, es decir que el 78 por ciento de la programación debe ser europea, sin importar su nacionalidad.

A partir del análisis comparado del derecho de la información en ocho países con mayor o similar desarrollo económico que México (Alemania, Argentina, Colombia, España, Francia, México, Portugal y Rumania), Villanueva (1998a) afirma que “la normativa que promueve el pluralismo y la diversidad en las cartas de programación televisiva representa la impronta distintiva de un Estado democrático de derecho” (p. 292). En los países analizados, sólo en Argentina y México no existen normas que regulen la concentración y eviten monopolios. De hecho, la indefensión legal de la sociedad mexicana ante sus medios de comunicación es insólita, como más adelante veremos.

Consideraciones preliminares
En este apartado, hemos propuesto una forma de acercamiento a la discusión acerca de la calidad y las consecuencias que este debate ha sostenido en materia de investigación y regulación en el escenario internacional. Para ello, se han mencionado algunos rasgos del contexto de los medios de comunicación en este inicio de siglo con el fin de hacer ver la importancia que evaluar la acción de la televisión tiene en el mundo de inicios de siglo y particularmente en el México de la transición democrática; asimismo, se han definido categorías clave para dicha evaluación, como calidad, diversidad.

La calidad de la acción de los medios, vista como la responsabilidad de ser diversos y ofrecer la oportunidad de la satisfacción de intereses de cualquier ciudadano, no es, como se ha dicho, la única forma posible de abordar este problema, si bien parece haber cierto consenso, al que se ha llegado después de considerar cada fase en el proceso de comunicación masiva.

Los autores revisados han propuesto que un principio para estudiar la diversidad del sistema de televisión en un sistema social macro, es el análisis de la programación en un horario, canal y sistema establecido. Se ha añadido que es necesario en este mismo nivel observar las relaciones entre diversidad en la estructura, cantidad de producción y diversidad en la producción.

El punto de vista de los críticos de la televisión parece coincidir con un punto de vista desde las audiencias. Como señala Ishikawa (1996b), las audiencias han reportado al ser consultadas que su grado de satisfacción es considerablemente menor al consumo. Legatt (1996a) comenta que en encuestas realizadas por la Autoridad Independiente de Transmisión de Televisión de Inglaterra (IBA, en inglés) en 1990, televidentes coincidían en señalar como factores de calidad la diversidad (97 por ciento), respeto de los medios hacia sus audiencias -manifestado, por ejemplo, en ubicar a los programas con diálogos en doble sentido después de las nueve de la noche- (87 por ciento), y privilegiar los programas que aporten información (87 por ciento). Sus resultados coinciden con los de Ishikawa respecto a la menor satisfacción que consumo. También encuentra que alguna parte de la audiencia mostraba contradicciones generales. Un 37 por ciento admitía que la oferta de la televisión es de escasa calidad en Inglaterra, pero parecía conforme con la misma.

Del lado de los productores de la televisión, el asunto se complica más. Al entrevistar a personas de todos los niveles de producción de la programación en cinco cadenas de Estados Unidos, Albers (1996) concluye que es “prácticamente imposible” definir qué es calidad, puesto que sus informantes reportaron cosas muy distintas, en general ligadas a aspectos técnicos y comerciales, por lo que Legatt (1996b) prefiere matizar y decir que si bien es muy difícil definir qué es calidad, es posible describirla.

Entonces un primer problema tiene que ver con que la sociedad entiende a la calidad como la hemos descrito, pero no así los emisores, para quienes calidad tiene que ver con aspectos técnicos y comerciales, como también se ha sugerido ya a lo largo del texto.

Como se entiende aquí el tema de la calidad, es decir, en coincidencia con lo que, no sin pretensiones, podríamos señalar como el punto de vista de la sociedad -no de toda, como se ha visto; probablemente no de la nuestra, ante la aparente ausencia de datos propios en este sentido-, es preciso, para intentar un acercamiento a la evaluación de la acción de la televisión abierta mexicana, podemos ahora plantearnos, para continuar, algunas preguntas

· ¿Qué tanta diversidad existe en el sistema de canales mexicanos?

· ¿Qué tanta diversidad se ha encontrado en la programación de la televisión abierta nacional?

· ¿Qué tanta diversidad cultural se ha encontrado en la investigación de la programación de la televisión abierta nacional?

· ¿Cuál es la relación que guarda la diversidad de programas y la diversidad cultural de la programación en la televisión abierta nacional?

· ¿Se puede plantear alguna relación entre el tipo de estructura de la televisión abierta mexicana y su programación?

· ¿Cumple la televisión abierta mexicana con la responsabilidad de servicio público deseable en una comunidad democrática?

Esperamos que la respuesta a estas preguntas nos permita llegar a confrontar nuestra hipótesis central.

La estructura y oferta de la televisión mexicana
Las preguntas arriba mencionadas son una sofisticación a nuestro tercer bloque de preguntas “¿Cuál es el estado de la discusión en México?” y “¿Cuál es la pertinencia de la discusión en México?”, que intentaremos responder aquí. De hecho, como se adelantó, son un camino hacia la respuesta de la hipótesis central, que discutiremos a manera de conclusión.

Cuando hablamos de televisión mexicana, para hacer un primer acercamiento, podemos hablar de la estructura y oferta de canales nacionales. Sin embargo, para hablar de la estructura de la televisión mexicana parece importante hacer notar qué ocurre en los canales abiertos regionales y discutir si existen diferencias viibles. Este apartado inquiere acerca de la escasez en la diversidad del sistema de canales abiertos mexicanos. El término escasez está relacionado aquí con tipo de propiedad y cantidad de canales, es decir, se entenderá que existe escasa diversidad si domina un sólo tipo de propiedad de canales de televisión y existen pocos canales.

La televisión mexicana muestra una concentración en el énfasis en lo comercial. Sólo el 15 por ciento (125) son permisionadas (tabla 8; CIRT, 2000)[5]. Aquí conviene recordar que en México existe una diferencia entre concesión y permiso en las licencias de transmisión, asentada en el Título III de la Ley Federal de Radio y Televisión (2000). De acuerdo con ella, sólo las primeras pueden explotar comercialmente el espectro. Es decir, se entiende que las concesiones son usadas por emisoras comerciales y los permisos por estaciones de fines públicos.

Al estudiar la estructura de la televisión nos encontramos con el problema de la carencia de datos recientes que permitan mayor transparencia en la interpretación. De 185 conjuntos de datos disponibles entre 1997 y 1999, reunidos como producto del proyecto de investigación Indicadores Básicos de Televisión Cotidiana[6], muy pocos se refieren al tema aquí tratado.

Aún es más difícil hablar de la televisión nacional, puesto que no parece haber datos directos que hablen de televisión “nacional” vs. “local” o “regional”. Como se observa en carteleras de diarios de distintas zonas del país (El Norte, 2000; El Universal, 2000; El Dictamen, 2000), sólo canales comerciales originados en la capital del país permanecen disponibles para la televisión abierta en amplias zonas. Los canales 7 y 13 de TV Azteca y 2 y 5 de Televisa, coincide también Casas Pérez (1995), son los únicos que pueden considerarse redes nacionales, aun cuando muchos canales comerciales y públicos de la zona metropolitana de la Ciudad de México son asequibles en otras partes del país por medio de la televisión privada. Es el caso, por ejemplo, de los canales 4, 8 y 9 de Televisa, 40 de TV Azteca, 11 del Instituto Politécnico Nacional, 22 de Conaculta, entre otros.

Como también muestran los datos de las televisoras (tablas 9 y 10), los canales mencionados parecen ser los únicos que alcanzan a la mayoría de telehogares del país (canal 2- 97.2%; 5 – 92.9; 7- 83.1 y 13- 89.7), por lo que, si bien siendo cuidadoso, es posible hablar de ellos como la televisión abierta nacional mexicana.

Tomando como punto de partida la tabla 8, parece haber evidencia para decir que la propiedad del sistema de canales de la televisión mexicana es escasa, pero no así su cantidad, que incluso parece apuntalar una diversidad geográfica.

Sin embargo, los datos referidos también sugieren que sí es escasa la diversidad en la propiedad y cantidad de los canales abiertos nacionales, por lo que, en los fines expresados, se puede hablar de escasa diversidad en el sistema de canales abiertos mexicanos.

En cualquier caso, la evidencia mostrada parece insuficiente para hablar con total transparencia de la propiedad y cantidad del sistema de canales abiertos mexicanos.

La investigación de la oferta de la televisión mexicana
Por lo que se refiere a la oferta de la televisión, la preocupación aquí, probablemente producto del perfil ideológico que frecuentemente ha tenido la investigación en Latinoamérica, se ha enfocado más a supuestos efectos de la televisión extranjera, particularmente estadounidense, en las audiencias.

En principio, se pueden mencionar las que Lozano (1995/96) llama condiciones necesarias para conocer la dimensión de los efectos en las audiencias, que es conocer la oferta de los medios, el tipo de mensajes que reproducen y promueven, la exposición a estos contenidos y la apropiación de dichos mensajes por las audiencias. Como ya hemos dicho, este trabajo se enfoca únicamente a la primera parte del proceso de comunicación masiva, es decir, al análisis de la oferta. Aunque Lozano, en la misma tradición de la preocupación por los efectos de los mensajes transnacionales, se refirió a éstos, el modelo parece extendible a los fines que aquí se exponen, como de hecho lo hace este autor en otro trabajo (Lozano y García Núñez de Cáceres, 1995).

También Lozano (1997) es quien menciona que respecto al primer punto parece haber un relativo auge en nuestro país durante los últimos años, luego de algún tiempo en que el problema pasó inadvertido por los investigadores mexicanos, según se desprende de una revisión bibliométrica hecha a principios de la década, que prácticamente no registraba ningún antecedente sistemático de observación de la oferta televisiva (cfr. Sánchez Ruiz, 1992).

Aunque Aceves (1991) argumente que existen dos grandes tendencias en el estudio de la televisión en México, correspondientes a los enfoques sobre diversidad y niños, en realidad no parece haber, como se puede confrontar en Fuentes Navarro (1988, 1996) y en el ya citado Sánchez Ruiz (1992), estudios sistemáticos en el primer renglón sino hasta el esfuerzo que con motivo de la discusión de políticas culturales en el contexto de la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte -TLCAN-, hicieron académicos de México y Canadá (Tremblay y Gauvreau, 1995; Crovi Druetta y Vilar Alcalde, 1995; Lozano y García Núñez de Cáceres, 1995; Sánchez Ruiz, 1995), que mostró que en la televisión canadiense y mexicana existe una marcada concentración en torno al entretenimiento como formato de programación, lo cual se enfatizaba en horario Triple A.

En el aspecto de la diversidad cultural, se puede observar que las importaciones procedían casi exclusivamente de Estados Unidos. En México esto parece ser más regla que excepción, de acuerdo con el meta-análisis de la investigación de flujos de programación de Lozano (1997), quien muestra que los macrogéneros ficción e información conforman frecuentemente más del 50 por ciento de la oferta televisiva, con un sobrado énfasis del primero en las horas de mayor audiencia (tabla 11).

En un estudio mayor hecho más recientemente, Lozano (1998) estudió la oferta televisiva disponible en Monterrey desde este mismo enfoque. En la televisión abierta, destaca la mayor presencia de contenido de entretenimiento estadounidense sobre el resto de formatos, de manera más visible en el tipo películas (1, 032.5 horas de películas estadounidenses en 1, 973 horas totales en la muestra). El único tipo de otro formato que presenta algún grado de concentración, los noticieros, no tiene mayor peso en el horario Triple A. Este fenómeno también se presenta en los canales privados, la mayoría en la muestra (41 de 47).

Kim (1996), que como dijimos, analizó la oferta de los sistemas televisivos en Japón, México, Francia, Corea, Reino Unido y Estados Unidos, encontró que sólo el sistema televisivo japonés tuvo una menor diversidad horizontal que el mexicano y la comparación le sirvió para apoyar su hipótesis de que un país con más canales de televisión tenderá a tener mayor diversidad en la programación, la cual, como apuntamos antes, es contrapunteada por Hultén (1995) e Ishikawa et. al. (1996), quienes sugieren que no sólo es desaparecer los monopolios de una empresa, sino también del sector privado.

En cualquier caso, es preciso cuestionarnos a partir de los datos de Kim, cuál es el rol que juega la estructura del sistema televisivo en su oferta programática.

Regulación en México
Como antes se dijo, el caso de México es prácticamente único en el mundo, por lo menos entre países con mayor o similar desarrollo político, económico y social. En principio, los derechos de expresión e información son protegidos por los artículos 6 y 7 constitucionales, pero hay serias dudas respecto a la legitimidad de su reglamentación. No sólo es que su regulación no exprese preocupaciones respecto a la diversidad, sino que, como señalan Carreño Carlón y Villanueva (1998), la escasa regulación que en materia de medios de comunicación existe, tiene serios problemas de legitimidad -por su temporalidad-, aplicabilidad -no existe tribunal que la sancione- y escasa exhaustividad -frecuentemente ambigua-.

Los medios de comunicación, particularmente la televisión, juegan un rol muy importante para frenar la reglamentación en materia de industrias culturales, como se vio en un reciente debate público a propósito de la introducción de una iniciativa de Ley Federal de Comunicación Social (cfr. Corral Jurado, 1998; Salazar Ugarte, 1998). Pese a esas observaciones, la llamada Ley Villanueva tampoco introducía el tema de la diversidad (cfr. Villanueva, 1998b).

En el escenario internacional, parte importante de la reglamentación de los medios en general y de la protección de la diversidad en particular, ha surgido del esfuerzo de instituciones gubernamentales (Norris y Pauling, 1999; Raboy 1996a y 1996b; Hultén, 1995) e incluso de Organizaciones No Gubernamentales (Gates, 1998), por encontrar evidencia suficiente para tomar decisiones en esta materia. Al respecto, salvo esfuerzos aislados, realmente no parece haber habido una preocupación suficiente en nuestro país como para que las organizaciones que en el discurso aparecen como interesadas en este tema, financien la recaudación sistemática de datos valiosos, sino que la discusión por la reglamentación de la comunicación se ha hecho desde la sola especulación, con la excepción notable de la materia electoral.

A manera de conclusión
Este apartado está compuesto de tres partes. Primero, la literatura revisada y los hallazgos del trabajo son revisitados de manera sintética. Luego, las implicaciones teóricas y políticas son elaboradas. Por último, las limitaciones del estudio son apuntadas, así como sugerencias para futuros estudios.

Síntesis
A lo largo de este trabajo, hemos intentado mostrar que repensar el rol de los medios de comunicación masiva en este inicio de siglo es fundamental para observar el rumbo de la humanidad. La responsabilidad de los medios de comunicación es garantizar la libertad de expresión y de información de manera incluyente, sin limitar el acceso y la oportunidad de ver satisfechas las necesidades mediáticas de cada individuo. En el cumplimiento de esta responsabilidad el sistema de medios de comunicación debe ser visto como una relación que rebasa a su propia estructura, incluyendo árbitros y consumidores.

La televisión de otros países muestra relación entre diversidad en la propiedad y los contenidos de la televisión, por un lado, y sofisticación en su regulación, por otro, como se desprende de la revisión de los hallazgos de algunos países con altos grados de diversidad en su estructura y oferta, como Alemania, Canadá, Inglaterra o Finlandia, que muestran una alta discusión pública y científica respecto al tema de la diversidad, lo que se refleja en sus regulaciones de medios. En cambio, países con escaso índice de diversidad como Estados Unidos, tiende a favorecer en su reglamentación las prácticas monopólicas. Esto parece además estar relacionado con las características -si comerciales o públicas- de su sistema de medios, de modo que en los países donde las reglamentaciones no favorecen la propiedad pública de cierta parte del sistema mediático, la diversidad suele ser menor, con la consiguiente exclusión probable de los intereses de minorías no representativas para el mercado, como se ha argumentado.

La televisión del periodo histórico actual de México está caracterizada por la ausencia de diversidad en la estructura y oferta de la televisión, si bien es preciso recordar que si en los países más desarrollados éste es un tema tan reciente como la globalización, en nuestro país son escasos los datos respecto a la diversidad en la estructura y oferta de la televisión.

Existe una alta concentración en el tipo de propiedad de la televisión mexicana y una muy baja cantidad de canales abiertos nacionales. Esto está aparejado con una casi nula reglamentación mediática. Esto parece sugerir una relación entre la estructura y su programación, como ha ocurrido en el plano internacional. Una reglamentación que favorezca una estructura más diversa probablemente tenga como resultado una programación más diversa también.

Hay algunas sugerencias que podrían ser hechas. Podría especularse, por ejemplo, que la escasa diversidad programática sostiene algún grado de relación con la diversidad del sistema mediático de donde se obtiene la mayor cantidad de programación importada, el de Estados Unidos. Cuando se discute acerca de efectos de los medios, las posiciones suelen ir de quienes creen que los efectos son fuertes en las audiencias a quienes creen que el público tiene una gran cantidad de refuncionalización de lo que consume; al interior de la comunidad científica, nadie le apuesta a un total efecto o a una total negociación o rechazo del consumo mediático. Desde aquí, podríamos especular que las importaciones pueden tener alguna función de establecimiento de agenda de la programación local; aun cuando este mismo enfoque permite dudar que es antes, si el efecto de la programación importada sobre la local o el consumo de la importada por el diseño de la local, parece posible observar cierta relación entre ambos tipos de estructura y oferta televisiva.

Creemos que el cumplimiento de la responsabilidad de la televisión abierta mexicana, de acuerdo con el ideal en una comunidad democrática, es insatisfactorio, pero esa no es toda la historia, sino sólo el principio de un replanteamiento. En materia de condiciones para la responsabilidad de los medios -como condición, a la vez, de transición democrática- carecemos de todo. En México no existe, es preciso insistir, una reglamentación a las libertades de información y de expresión, que, hemos dicho, se ejercen sin responsabilidad también porque no hay un árbitro ni una sociedad civil demandante de medios de comunicación de calidad. Son muy tímidas las demandas de grupos ciudadanos por medios de calidad, y, como hemos dicho, el viejo argumento del rating como retroalimentación de satisfacción, merece ser revisado con más profundidad. Y la única forma de tomar decisiones en materia de comunicación, es a partir de datos concretos que nos indiquen qué está sucediendo, y no con retórica, como se hizo en 1998 a partir de la referida Ley Villanueva.

Implicaciones
A lo largo de este trabajo se han planteado varios puntos provocadores. El primero de ellos tiene que ver con el propósito inicial, que consiste en revisar el concepto de la responsabilidad de la televisión en particular y en general del sistema de medios de comunicación masiva en la transición democrática de México. Se ha propuesto que esta responsabilidad tiene que ver con la satisfacción de intereses de consumo mediático de todos los grupos sociales, pero eso es problemático porque, como admiten Ishikawa y Muramatzu (1996), podría por otro lado suponerse que en realidad el sistema de medios de comunicación no cambia porque es el último indicador de que la cultura está modificándose, como ha dicho Borrat (1989) y en realidad no es exigido para que ese cambio se dé. La evidencia respecto a la discrepancia entre grado de satisfacción y consumo permite ser escéptico con eso, pero por otra parte, no parece haber datos en México del grado de satisfacción de las audiencias.

Otro punto problemático es la definición de calidad a partir del cumplimiento -o no- de esta responsabilidad. Nuevamente aquí hacen falta datos de qué entenderían las audiencias como calidad y cuál debería ser según los consumidores, el rol de la televisión en específico, y de los medios de comunicación en general.

Pero si concedemos alguna validez a estos principios, entonces la transición democrática de México adolece de un prerrequisito fundamental. La televisión, al concentrar su oferta programática en unas cuantas fórmulas, está siendo excluyente.

Para que pueda cumplirse esta responsabilidad, como se ha discutido, es necesario que existan tres elementos: medios de comunicación, quien pide la responsabilidad y un árbitro; cuatro dimensiones: temas y principios normativos, formas y discurso, procedimientos y grado de libertad; tres marcos prevalecientes: un marco legal-regulatorio, un marco de mercado financiero, un marco de confianza pública.

En México casi todo esto falta. Hay pocos medios de comunicación, prácticamente no existe quien pida responsabilidad (cfr. Corral, 1998) y tampoco hay un árbitro (Carreño Carlón y Villanueva, 1998); la libertad conseguida por los medios actúa excluyendo a las audiencias (Corral, 1998); no existe un marco legal-regulatorio (Carreño Carlón y Villanueva, 1998) y la confianza pública hacia casi cualquier institución de mediación es nula, como lo muestra una encuesta realizada entre universitarios (Ramos Gómez y Durán Ponte, 1997).

Luego, el cumplimiento de esta responsabilidad no puede darse de manera lineal, sino que deben participar todos los actores involucrados con la producción, oferta, distribución y consumo de las formas mediáticas. La televisión no contribuye a la construcción del interés público en México, o por lo menos no hay evidencia de eso –aunque la que hay es insuficiente, como se ha dicho-, desde esta particular visión, y no parecen existir condiciones estructurales en las diferentes fases del proceso comunicativo como para que esto cambie. ¿Qué tipo de estructura del sistema televisivo garantiza la diversidad? Este trabajo no da esa respuesta, pero sí se puede entender que no es la que tiene el sistema televisivo mexicano. Es probable que la menor diversidad vertical y horizontal esté en los canales de Televisa, el gigante mediático mexicano, lo que coincidiría con los hallazgos internacionales respecto a que los grandes grupos son los menos diversos, y fortalecería la noción de que menos grado de concentración sigue siendo factible económicamente, pues sus competidores han sobrevivido.

Ahora bien, esto tampoco quiere decir que a) no se pueda cambiar esta realidad y b) la transición mexicana no pueda darse sin medios inclusivos.

Villanueva (1998a) ha dicho que la diversidad y pluralidad de las cartas televisivas es el sello de un estado democrático de derecho, pero él mismo no incluyó este tema en el proyecto de ley federal de comunicación social que redactó (Villanueva, 1998b), y cada vez son más voces las que claman por una reglamentación de los artículos 6 y 7 constitucionales.

Asimismo, la transición mexicana ha sido lenta y muy probablemente lo seguirá siendo, de modo que se puede ser optimista y pensar que tarde que temprano los cambios sociales van a incorporar los cambios en la toma de decisiones de los medios de comunicación, y en tanto es necesario contribuir en alguna medida en que la reglamentación, como punto de partida al cumplimiento de la responsabilidad social de los medios, pueda darse. Este trabajo es una forma de hacerlo, muy modesta como se ha dicho desde el inicio. Es necesario el esfuerzo de mucha más gente con más experiencia, para la justificación y redacción de una ley a la medida de la transición. En el caso de la televisión, quizá sólo políticas que acoten los monopolios e impulsen a la televisión de servicio público –así sea sólo mejorando los tiempos de programas públicos al interior de las televisoras comerciales- pueda mejorar el grado de diversidad existente.

La televisión es el medio de transmisión de formas simbólicas más importante en México pero no es el único. Los medios de comunicaciones han tenido un continuo ascenso, pero como están las cosas, y a pesar de sus características, se puede especular que la realidad no sea muy distinta ahí, pero hay que considerar que las audiencias tienen un mucho mayor margen de acción en algunos de estos nuevos medios, lo que ha despertado una discusión respecto a sus potencialidades democráticas. Hace faltan datos que respalden cualquiera de las partes –críticas o entusiastas- de esta discusión.

Limitaciones
Las limitaciones de este trabajo son altas, debido a factores como lo problemático que resulta definir categorías como responsabilidad, calidad, diversidad, programación; inexperiencia del autor; cantidad de investigación acerca del tema y la ausencia de datos propios.

Sugerencias para la investigación de estos temas pueden ser trabajar réplicas a los resultados de Kim (1996) o de Ishikawa et. al. (1996), los más grandes trabajos que parecen haberse realizado hasta este momento.

Más trabajo puede ser realizado revisando la variedad al interior de los programas y sus significados semióticos. Asimismo, puede ser revisada la propiedad de los canales comerciales y públicos para observar grados de diversidad existente al interior de cada subsistema. También pueden ser revisados las demás fases en el proceso comunicativo, preguntando a las audiencias y a productores que entienden por calidad y/o responsabilidad de la televisión en este inicio de siglo en México. Se puede revisar más a detalle la diversidad en los sistemas públicos, regionales y privados televisivos, a fin de contrastar los hallazgos aquí mostrados, tanto en la parte de la oferta, como de la diversidad programática y cultural.

Con todas las limitantes discutidas, este trabajo no sobra; por algún lado se tiene que iniciar, y ésta quizá no sea la mejor forma, pero es un punto de partida.

Tablas

Tabla 1.Población y número de tv-hogares en América Latina

País
Población
Hogares
Penetr.TV Ab.
Penetración
TV pagada
Argentina
34800000
10600000
99%
64%
Bolivia
7500000
1900000
53
3
Chile
15000000
4100000
99
17
Colombia
37000000
7150000
92
9
Costa Rica
3000000
600000
83
8
Ecuador
11000000
2100000
29
4
El Salvador
6000000
1200000
42
3
Guatemala
10000000
1900000
63
8
Honduras
5000000
1100000
27
4
México
93820976
20325178
97
14
Nicaragua
4000000
900000
22
3
Panamá
3000000
600000
100
5
Paraguay
5000000
1200000
58
13
Perú
23000000
4900000
92
9
España
40000000
12500000
92
13
Uruguay
3000000
900000
89
10
Venezuela
21000000
4900000
98
3
Total
322120976
76875178
89
20
Fuente:Jara Elias, 1997.

Tabla 2.Ve televisión regularmente en Monterrey (porcentaje)

1997
1998
1999
Si
82
90
94
No
18
10
6
Fuente:El Norte, 1999.

Tabla 3.¿Cuánto tiempo ve televisión al día?

´95
´96
2 a menos de 3 hrs.
27%
55%
1 a menos de 2 hrs.
21%
28%
Más de 3 hrs.
24%
28%
De 30 a 59 minutos
17%
7%
Menos de 30 minutos
9%
3%
Promedio

3.3 hrs.
Fuente:Orozco, 1997.

Tabla 4.Tiempo que acostumbra ver televisión al día

1998
1999
Horas promedio
4
3.29
Fuente:El Norte, 1999a.

Tabla 5.Datos demográficos generales

Población
95 milliones
Hogares
21 millones
Telehogares
18 millones
Televisores por hogar
1.2
Horas que se ve televisión por día
7.5
Fuente:TV Azteca, 1999.

Tabla 6.Lo que hace el público en su tiempo libre (entre semana).

Ver la televisión
41%
Escuchar música
17%
Labores del hogar
9%
Dormir/descansar
7%
Leer
4%
Jugar futbol
4%
Convivir con la familia
3%
Otro
15%
Fuente:El Norte, 1999b.

Tabla 7.Lo que hace el público en su tiempo (fines de semana)

Ver televisión
26%
Pasear (sin especificar)
28%
Escuchar música
7%
Labores del hogar
6%
Descansar/dormir
4%
Convivir con la familia
4%
Jugar futbol
4%
Ir al cine
3%
Otro
18%
Fuente:El Norte, 1999b.

Tabla 8.Estaciones televisoras concesionadas, permisionadas, complementarias, televisión por cable y televisión ampliación según entidad federativa

Entidad federativa
Total
Concesionadas
Permisionadas
Complementarias
Televisión por cable
Televisión ampliación
Estados Unidos Mexicanos
897
457
125
65
148
102
Aguascalientes
11
5
2
3
1

Baja California
27
19
3

5

Baja California Sur
12
9
3



Campeche
14
10
1

2
1
Coahuila
64
33
5
4
9
13
Colima
24
12
1
2
4
5
Chiapas
39
30
5
1
3

Chihuahua
46
11
8

5

Distrito Federal
20
12
1
7
1

Durango
16
6


4

Guanajuato
27
20
3
6
10
2
Guerrero
26
4
2

4

Hidalgo
24
16
12
2
4
2
Jalisco
54
8
6
3
16
13
México, Estado de
31
22
3
16
4

Michoacán
65
3
3
2
20
18
Morelos
11
7
2
2
1
3
Nayarit
7
10




Nuevo León
22
23
2
3
2
5
Oaxaca
33
5
8

1
1
Puebla
16
5
1
2
4
4
Querétaro
8
11

2
1

Quintana Roo
23
17
6

4
2
San Luis Potosí
26
12
4
1
3
1
Sinaloa
24
28
1
2
4
5
Sonora
69
13
27
1
11
2
Tabasco
16
35


3

Tamaulipas
50

2

7
6
Tlaxcala
9
16
4
2
2
1
Veracruz
46
9
2
4
10
14
Yucatán
18
13
5

1
3
Zacatecas
19
3

2
1
Fuente:Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática.(1996).Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares. Aguascalientes:INEGI.

Tabla 9.Coberturas de Televisa y TV Azteca (1)

Televisora
Cadenas
Canal
Repetidoras/Estaciones
Cobertura Telehogares
Cobertura Habitantes
Share de audiencia total
Televisa
4
2
194
16millones+(IBOPE)
promedio 31%(IBOPE)
15.8 millones (AMAP)
83 millones(AMAP)
5
80
13.7 millones
22.2% aprox.
4
3.1 millones
16 millones
9
19
8.8 millones
TV Azteca
2
13
54
14.2 millones
7
7
11.8 millones
Canales UHF
11
4
17.7 millones
3.7 millones
22 sólo DF
14.5 millones
2.9 millones
40 sólo DF
Coberturas reales-Televisa y TV Azteca [Página electrónica].(1997).Disponible en:www.televisa.com/ventas/presentación/sld009.htm.

Tabla 10.Coberturas de Televisa y TV Azteca (2)

Canal
Estaciones
Tv hogares
%
Fuera de Servicio
Tv hogares desc.
Total Tv hogares
2
147
16,131.80
97.2
16,131.80
4
1
4,174
25.2
4,174
5
81
15,255
92.9
15,255
9
24
11,043.66
66.6
11,043.90
7
88
13,791.70
83.1
13,791.70
13
92
14,890.40
89.7
2
26.1
14,865.10
Coberturas reales-Televisa y TV Azteca [Página electrónica].(1997).Disponible en: www.televisa.com/ventas/presentación/sld009.htm.

Tabla 11.Porcentaje de programación extranjera en México por formato en la TV abierta:horario global

Estudio
Año
Ficción
Variedades
Información
Deportes
Ciudades incluidas
Crovi y Vilar(1995)
1994
62
28
9
23
DF
Sánchez Ruiz (1996)
1995
77a
(60)b
37
(33)
6
(6)
11
(6)
DF, Guadalajara, León y Uruapan
Crovi y Vilar (1995)
1995
71
38
0
23
DF
Lozano y García (1995)
1995
89
(72)
6
(5)
6
(6)
23
(23)
Monterrey
Sánchez Ruiz (1995)
1995
74
(59)
41
(38)
7
(7)
16
(9)
Guadalajara
a. Porcentaje de la programación de procedencia extranjera
b. Porcentaje de la programación que procedía de Estados Unidos

Fuente: Lozano, 1997.

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Apéndice A. Tipologías.
Fuente: Kim, 1996, p. 16.

Apéndice A. Tipologías.
Fuente: Ishikawa, 1996, p. 309.

[1] A los conjuntos específicos y relativamente estables en reglas y recursos, que colaboran en la rectoría de la vida social, los denominamos instituciones (Thompson, 1993:164), junto con las relaciones establecidas por y dentro de ellas.

Por otra parte, mediación es la actividad que impone límites a lo que puede ser dicho y a las maneras de decirlo, por medio de un sistema de orden (Martín Serrano, 1994).  Las mediaciones pueden o no ser comunicativas.  Los productos comunicativos son sólo algunos de los proveedores de la información que utilizan los receptores en sus interpretaciones de la realidad.

Las instituciones mediadoras tienen entonces la función de establecer, con acierto o con error, los marcos de referencia adecuados para que los actores sociales, incluidos ellos mismos, se sitúen –o no- en el cambio.

[2] Un supuesto a lo largo de todo el trabajo es que el principio fundamental de la democracia es la inclusión de todos los individuos en un proyecto social que no anteponga intereses de algunos sobre otros, sino que incluya las necesidades e intereses de todas las personas sin importar su género, nivel socioeconómico, edad, estado de salud, estado civil, etcétera, es decir, todas.  La transición democrática entonces sería el periodo de cambio de un sistema social –económico, político, simbólico- excluyente a uno incluyente y esto a la vez contempla el cambio de todos sus mecanismos, actores, campos, instituciones y estructuras sociales de excluyentes a incluyentes, lo que integra también a los medios de comunicación masiva.

[3] Se usará “programas” cuando se hable de tipología para obviar que se trata de tipos de programas y evitar redundancias.

[4] En realidad hay sólo dos grandes tradiciones de propiedad en el mundo, la pública y la comercial.  El modelo público es liderado por la televisión inglesa y el comercial por Estados Unidos.  El tipo de propiedad tiene que ver con quién paga la televisión y por tanto quién decide el perfil de la carta de programación.  Mientras que el modelo público otorga los derechos y responsabilidades a los ciudadanos, el modelo comercial lo deja al mercado, siendo altamente excluyente pero más redituable.  En general Europa ha adoptado el modelo inglés, y ha tenido que defender su legislación fuertemente ante crisis eventuales de sus sistemas de medios, lo cual no ha ocurrido en Asia, donde el derecho de la ciudadanía ha tenido que sucumbir en gran medida por las crisis económicas,  que han orillado a abrir el mercado de las industrias culturales, lo que ha dado lugar a los sistemas mixtos.  Latinoamérica ha adoptado el modelo estadounidense de propiedad de medios (Kim, 1996; Straubhaar y LaRose, 1996).  Esta explicación es simplista, pues como se asienta a lo largo del texto, cada país ha fijado su política cultural propia.

[5] La respuesta a la pregunta acerca del tipo de propiedad existente en la estructura televisiva mexicana observa sólo el tipo de propiedad y no quien la detenta, lo cual sería objeto de otra investigación, como es planteado al final de este trabajo.

[6] Este proyecto reunió la base de datos más grande que existe en México acerca del negocio, demografía, programación, consumo y lectura de la televisión mexicana.  Fue uno de los diez que integraron el Programa de Investigación Televisión y Vida Cotidiana, dirigido por José Carlos Lozano Rendón a lo largo de 1999, en el cual participaron profesores y estudiantes de los campus del Tecnológico de Monterrey ubicados en las ciudades de México, Guadalajara y Monterrey.

Juan Enrique Huerta Wong
ITESM Campus Monterrey

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