Los autores observan que el debate sobre psicoanálisis y marxismo tiene ya una historia en la Argentina y en ella destacan las formulaciones, que habrían sido “ninguneadas”, del pensador León Rozitchner.
y Alejandro Vainer *
Se publicaron en esta sección tres textos que reabrieron la polémica sobre el psicoanálisis y el marxismo. Sin embargo, ni en los de Sergio Rodríguez ni en el de Juan Bautista Ritvo se mencionó a los autores que ya intentaron realizar esta articulación. Solamente se nombró a Freud, Marx y Lacan. Se parte de una simplificación al homologar el “fracaso” de la Unión Soviética con las “indudables debilidades teóricas del marxismo”. El punto de partida es descalificar al marxismo como herramienta para pensar los efectos en el sujeto de la estructura capitalista y su resultado es transformar al psicoanálisis en una cosmovisión. Es cierto que tanto el psicoanálisis como el marxismo se enfrentan a nuevos desafíos en esta época del capitalismo mundializado. Por ello se hace necesario tener en cuenta su historia de encuentros y desencuentros.
El poder de la cultura dominante ha descalificado sistemáticamente todo intento de pensar el psicoanálisis y el marxismo bajo el mote de “freudomarxismo” o el de “psicobolche”. Descalificaciones que intentan suprimir toda posibilidad de pensar la construcción de nuestra subjetividad en el interior de la cultura dominante y los aportes que el psicoanálisis puede hacer en la lucha social y política.
Los intentos de articulación entre Freud y Marx en la Argentina tienen antecedentes en Jorge Thénon, Gregorio Bermann y Béla Székely, y un punto de inflexión fue Psicoanálisis y dialéctica materialista, de José Bleger, quien abandonó el Partido Comunista luego de los planteos y acusaciones de los psiquiatras reflexólogos comunistas. Si bien muchos de quienes formaron los grupos Plataforma y Documento intentaron articulaciones, creemos que la obra de León Rozitchner es fundamental y nos permite seguir pensando la inscripción del poder en nuestra subjetividad.
A fines de los años ’60, Rozitchner era docente en grupos de estudio de psicoanalistas –varios de los cuales después abandonaron la APA–. Su lectura de Freud lo llevó a escribir uno de los libros fundamentales de la década del 70, cuya importancia permanece: Freud y los límites del individualismo burgués. Sus conceptos permiten comprender el “sometimiento subjetivo” que ejerce el poder sobre el sujeto. Su tesis es que “cada sujeto es también núcleo de verdad histórica”. En la introducción planteaba su polémica con las posiciones estructuralistas, que pretendían eliminar al sujeto en el “poder anónimo de la estructura”, afirmando que el “retorno sobre el sujeto se hace ahora más necesario que nunca: estructuralismo mediante, terminamos por no hablar sino por ser hablados. Nos disolvemos en lo impersonal que se piensa en nosotros como lugar anónimo de la significación y, por lo tanto, sin responsabilidad”.
La afirmación de que “la subjetividad es también una institución” lo llevó a plantear que “las enseñanzas de Freud son tan importantes para el marxismo y la política: porque convergen ratificando, en el análisis del sujeto extendido hasta mostrar las determinaciones del sistema en su más profunda subjetividad, las verdades que Marx analizó en las estructuras ‘objetivas’ del sistema de producción”.
Rozitchner pensaba que su trabajo podía contribuir a los debates dentro de la izquierda intentando iluminar un punto ciego del marxismo político: el problema de la subjetividad, planteado por Freud. Su intento era “deshacer las trampas que la burguesía incluyó en nosotros como su eficacia más profunda”.
La primera parte del libro, llamada “La distancia interior”, trabaja sobre las Nuevas aportaciones al psicoanálisis, de Freud, retomando el planteo freudiano de cómo lo más lejano al sujeto está dentro de sí: los sueños y los síntomas. Para Freud había dos dominios extranjeros: uno interno –los propios impulsos negados– y otro externo –la realidad y su historia–: “Esto es lo fundamental que tanto Freud como Marx ponen de relieve: la estructura dialéctica en el interior de la propia subjetividad como una distancia histórica abierta por la cultura en el seno del propio sujeto”.
En la segunda parte del libro, “La distancia exterior”, Rozitchner trabaja primero sobre El malestar en la cultura, de Freud. Plantea que el capitalismo produce la negación de la propia agresión, que se volvía contra uno mismo, en beneficio del sistema. Para ello, “contamos con la lectura específica que Marx realizó de la sociedad capitalista. Sus conclusiones son, creemos, convergentes con las que Freud plantea y, diríamos, complementarias. Marx vio que la función de la ciencia social era organizar la “agresión” de la clase dominada y que la violencia es necesaria para suprimir la muerte que históricamente le es dada en la negación de su propia vida, y que la vida social implica la muerte social”. Pero esto tenía un obstáculo en el sujeto, ya que “la agresividad, que el instinto de vida tendría que orientar hacia el obstáculo que se opone en el mundo a la satisfacción, es vuelto aquí también a lo subjetivo, convertido en masoquismo, contra el mismo sujeto… Por eludir la muerte que debemos enfrentar afuera, nos la damos a nosotros mismos”.
Ese argumento le permitió entender el método de dominación social más potente, que llevamos adentro: el sentimiento de culpa. Rozitchner analizó su génesis y su funcionalidad, tanto como la imposibilidad de resolver esta cuestión dentro de los límites del individualismo de un análisis personal. Por el contrario, la cura es social. Para Rozitchner, la “cura” individual es necesaria pero insuficiente, ya que solamente trata el superyó individual y no el superyó colectivo. La “cura” colectiva es la rebelión frente a él. Por ello, “el análisis del individuo, la ‘cura’ individual, abre necesariamente a la ‘cura’ colectiva, si pretende ser coherente como ciencia y terapia: abre a la revolución”.
Luego, en el mismo libro, trabaja Psicología de las masas y análisis del yo. Las ideas de Rozitchner se apoyan en lo que Freud señala en el comienzo de esta obra: la imposibilidad de pensar al hombre aislado, ya que, desde el principio, la psicología individual es social: “Se destruye así una de las separaciones más tenaces de la ciencia y el individualismo burgués, sobre el que reposa, por otra parte, la oposición entre individuo y sociedad, entre lo subjetivo y lo objetivo y, por lo tanto, la oposición entre naturaleza y cultura”. Esta era la idea que explica el título del libro de Rozitchner.
Esto lleva a la revisión del concepto de masa, desarticulando la idea de la disolución de la individualidad en la masa. Para Rozitchner, es la “persona burguesa” la que se afecta en la masa, y no la subjetividad. Por el contrario, rescata al Freud que señala la preeminencia creadora de la actividad colectiva de la masa respecto de sus miembros individuales. Rozitchner clasificó a las masas en institucionalizadas, espontáneas y revolucionarias. Desde la visión burguesa, sólo las institucionalizadas (que Freud llama artificiales, como la Iglesia y el Ejército) eran las “buenas”, ya que reproducían el sistema social. En cambio, las espontáneas y revolucionarias eran malignizadas porque cuestionaban el sistema social.
Por otro lado, Rozitchner rescató el concepto de libido corporal y social, y afirmó que “el redescubrimiento en Freud del propio cuerpo como determinado libidinalmente por los otros es paralelo al descubrimiento de Marx, del hombre ligado necesariamente con la naturaleza como cuerpo común, como el ‘cuerpo objetivo de su subjetividad’ que le fue escamoteado. En ambos, la recuperación del cambio de objetivación y producción material se convierte en el índice de lectura de la racionalidad que tiene forma ‘orgánica’, es decir forma ‘hombre’”.
La subjetividad es corporal, y allí se instala el poder dominante.
A pesar de que el libro replantea a Freud para el marxismo y la política, fue subutilizado por freudianos y marxistas. En 1972, en la mayor parte de la izquierda estaba en auge el estructuralismo althusseriano. El planteo de Rozitchner abría certeras preguntas sobre la subjetividad, pero, a diferencia de la mayoría de las propuestas de la época, dejaba que el lector intentara sus propias respuestas.
Sus ideas continuaron en sus dos siguientes libros, escritos en el exilio: Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política (1979) y Freud y el problema del poder (1982). Todos estos libros constituyen la obra más importante que se haya escrito en nuestro país sobre la subjetividad y el poder, con una perspectiva que conjuga de una forma original el marxismo y el psicoanálisis.
Sin embargo, estas teorizaciones suelen ser descalificadas o directamente ninguneadas. Bien sabemos, como psicoanalistas, que sin una elaboración de la propia historia es imposible un futuro. Y la posibilidad de un futuro tiene sus raíces en el pasado que nos determina. Ningún intento de articulación entre psicoanálisis y marxismo puede ignorar estas teorizaciones, esta historia.
* Psicoanalistas. Autores de Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental de la Argentina de los ’60 y ’70.