Fábula que quiso ser Soneto… Augurios al pillastre

Por Redacción Mar 12, 2014

Fernando Gutiérrez R./Semioticafactual.com

Aquel que demuestra ante sí y los demás pleno respeto por la historia; la analiza, la conoce, la valora, no la traiciona, y tampoco lo hace a sí mismo, debe ser llamado HOMBRE CABAL, RESPETABLE.

Aquél que abrevó de la historia de un ayer de luchas y convulsión social, la sensibilidad para readaptar aquello conquistado a los días de hoy, por cierto, asediados por la mente obtusa del sátrapa ambicioso, debe ser llamado HOMBRE ADMIRABLE.

Al necio que dice vivir para servir, pero se sirve con codicia y traiciona la historia con maldad, que se adjudica falsas virtudes y busca siempre el beneficio personal, de casta, o grupo, mucho antes que el Bien Común, ese debe ser llamado TRAIDOR. O simplemente, VIL OPORTUNISTA.

Aquel que, con engaños, manipulaciones y elevadas dosis de deshonestidad, traiciona a una sociedad para su peculio, por la eternidad habrá de descollar en un oscuro escenario montado sobre el hurto y el pillaje.
Jamás se le ha de ver frente a luminarias que hacen sobresalir y distinguir a todo prócer y hombre de bien.
Ese, debe ser llamado LADRÓN.

Aquel que, con engaños y bastas artimañas recibió un día el ambicionado poder, pero en la noche -y a hurtadillas-, demostró perversidad al mandatar, un manifiesto despreció por la Ley, al accionar, y por la justicia, al proceder.
A ese, hay que llamarle DELINCUENTE.

Es aquel que sería encumbrado en un endeble poder y sublevado en demasía, al posarse en el estrenado trono de oropel, al que pronto convertiría en un endeble banquillo de reposo lene para el cinismo y la desvergüenza.

Ese que ejerció y encaminó el tan ansiado poder a los linderos del desorden, la ilegalidad y la rebatiña de arcas públicas, desatando al paso, oprobiosas tormentas sociales, devastadoras a la vista y el sentir colectivo, pero invisibles para el ambicioso y su cleptómana cofradía.
Ese, debe ser llamado SINVERGUENZA.

Aquel que ha hecho de las virtudes del poder la antesala de la mentira, palco de la simulación y escenario de la deshonestidad, debe ser llamado MENTIROSO.

Aquel que convirtió el cuasi sacro manto albiazul en un vulgar gabán que combinó con negro antifaz de uso común y distintivo de su delictiva banda; Sin rubor al vestir tan ruin disfraz, cual mojiganga, al pillastre se le vio seguido por saraos celebrativos al bandidaje y en aquelarres propios de la cleptocracia.
A ese hay que llamarle CÍNICO CORRUPTO.

Aquel que sustituyó, de pronto, todo mandamiento jurídico, moral, político y social, por la voraz rapiña, he hizo de la violencia constitucional la perversa y cuan oprobiosa regla a seguir en su ruin mandato.

Es aquél pícaro que derogó de facto el llamado filosófico a la generosidad como medio, para dar orden a la patria como noble fin; a cambio, replicaría a cada paso un vulgar alarido de llamado a sus secuaces -cual jauría hambrienta- los convocó al saqueo y a la rebatiña de los bienes públicos.
Ese, debe ser llamado BANDIDO.

que convirtió la Doctrina dictada por la inteligencia en vil chascarrillo de taberna maloliente, la ideología y los principios en malsano mamotreto, y al vocablo moral, simplemente lo concibió como el árbol del que brotan dulces moras.

Ese, debe ser llamado HIPÓCRITA.

El que, de entrada, con voz en cuello dispensó mil lisonjas y derrochó gratitud hacia la mano dicromática que le tendió cobijo cuando la frialdad del incipiente poder; pero de salida, y en silencio, se dispone a desenvainar el filo vergonzante de su desprecio hacia la brega de eternidad que ayer sufrieron unos, y los de hoy ya casi olvidan.
Es el mismo que al menor descuido del cómplice, amputará el índice que ha de señalarlo como el adalid bandolero y primado responsable de los bastos fracasos en su quehacer público, y tras de sí, dejará lesivos saldos en aquella sociedad por el tirano agraviada, y más lastimada en su esencia, por rastreros seguidores del bandido.
Aquél que, sin más, volvió espalda, alma y corazón a los principios que un día juramentó hacer suyos, pero al otro, desdeñó y los embarró de heces y vomito mental, aportación propia y de su delictiva pandilla.
A ese, hay que llamarlo TRAIDOR.

Aquel que, con denigrante actitud, resolvió alquilar a atezado postor su muy raída investidura pública, signando indigno contrato que incluía ceder su exigua voluntad a aquél.
Demandaba también el perverso clausulado, la degradación total de su honra, la entrega de su dignidad completa, reduciendo el digno cargo público a un simple artículo en desgaste, y de uso temporal, siempre al capricho de aquel usurero arrendador de almas de minucia y los lánguidos espíritus.
A ese, hay que llamarlo INDIGNO.

Sometido el indigno al capricho del rentista, y turbado ya de su fecal sesera, no dudó en endosar su dignidad y orgullo propio al ofrecerlos en vil trueque, y entregar una sociedad partida en dos por el filo de litigios azarosos, quizá legales, pero harto lucrativos a las partes enconadas.
En tránsito a signar tan bajuno trato, y la ambición convertida en mórbida obsesión, logró aquel cínico truhán apoderarse un día de lo público…al otro haría lo mismo con lo ajeno, ya para beneficio propio, ya para el avariento y pendenciero séquito.
La pandilla aplaudía los desmanes, celebrando gustosos el desprecio a leyes y a la pública moral, más de pronto observase que también en el rentista, un malicioso goce le ufanaba, y que a solas festinaba soterrado en palaciego escondrijo.
Hastiado el pueblo de tan cínicas corridas, cierto día de real beneplácito, emprenderá el tirano -cual rata en barco por hundirse- la más cobarde y vergonzosa de las huidas.
Se sabrá que, al fin, el escrutinio colectivo tomó la mano firme de la justicia, tantas veces convocada su presencia por no pocos.
Será entonces que, por merecido infortunio, rapiñador y su sumisa recua irremediablemente les aguardará el exilio, erigido este, sobre campos tapizados de deshonra y praderas embaldosadas de ignominia, que por fuerza tendrán que desandar.
Despechado por el rentista y sometido al desprecio social, aquel maldito camino con falsa moral se le verá pavimentar -por su parte- al exiliado, y de ética maculada con su conciencia habrán de ser los cruceros que al paso le asaltarán por siempre.
Lentamente recorrerá el villano tan vergonzante rúa, e insolente como nadie, flanqueado se le ha de ver por abominable séquito de necios, cual comparsa en fila de ambiciosos y rastreros.
Y así, juntos, como juntos arribaron al atraco de la cosa pública, comparsa y cleptócrata, se irán un día no lejano por el camino que conduce al fondo del abismo social.
Aun ahí, se verá lidiar entre ellos la discordia final de su mísera existencia, y en encarnizada gresca librada en coliseos del ostracismo, mutuamente despedazarán los fétidos despojos de sus negras almas. Y lo harán, con la misma saña infernal que por estos días demuestran su desprecio hacia el colectivo social.
Podridas y vagando por tinieblas del desprecio, aquellas nauseabundas ánimas penarán por los siglos recriminándose mutuas culpas por su arribo a tan trágico final.
A esos, hay que llamar MISERABLES.

Solo entonces habrán de sentir necios y tirano, la aflicción de haber llegado, no a servir, sino a servirse; y tarde ya, caerán en cuenta que unidos ambicionaron el todo, pero desmembrados, sin alma, ni corazón, obtuvieron residuos de la nada.

Acaso solo llevarán consigo en su nuevo y denigrante navegar, todo el desprecio social como único trofeo merecido.
Será el lastre que cargarán de una eternidad a otra, pues de ellos, sus fechorías tan solo se han de recordar.
Tal será el legado deshonroso y de vergüenza a una sangre que ha sido manchada mucho antes de tan maldita herencia.

Existen hombres que nunca merecieron ser llamados a servir a un pueblo.
Entonces, ¿Porqué llegaron?
Dicho mejor: ¿Porqué existen?

Fernando Gutiérrez R.
Hermosillo, Sonora,
Marzo 11 de 2014

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