Manuel Fernando López
Conozco a Juan Pedro Robles desde el cada vez más lejano –o más próximo—año de 1973; plena adolescencia y juventud, que la verdad sea dicha, la vivimos con mucha madurez para nuestros apenas 17 o 18 años; siempre con la pasión de la lectura y, sobre todo de inmenso amor por nuestra familia, por nuestra patria y, creyentes en Dios.
Referente obligado en este caminar, la figura tan querida y apreciada de Ernesto Gándara Camou, para quien Juan Pedro, representa todos sus afectos, sus ayeres, sus mañanas; en pocas palabras, su amigo, con todo lo que estas cinco letras implican: alegrías, tristezas, victorias y derrotas; sobre todo, la pasión por esa dama tan voluble y caprichosa como es la política.
Si una palabra define a Juan Pedro para con Ernesto, es lealtad y, no menos para sus amigos, entre los cuales orgullosamente me cuento; los hechos y pruebas están firmados en nuestras memorias.
¿Por qué lo anterior?: en estos momentos, nuestro querido amigo, como buen guerrero, se debate y lucha en una cama de hospital contra el monstruo tan temido que ha hincado a la humanidad y, ante la impotencia como humanos, solo queda el recurso de elevar nuestras oraciones al Poderoso, pidiendo por su salud.
Mi corazón al igual del de Ernesto y tantos amigos de Juan Pedro están contritos; para su esposa Ana Dolores y sus hijos, no alcanzan mis brazos para consolarlos; solo mis oraciones al Creador para que nos regrese con bien a nuestro querido Juan Pedro.
Está en excelentes manos médicas; sigamos rezando al jefe de todos: a Dios.