Manuel Fernando López
“Tengo una mala noticia…” me dijo Carlos Briones Armenta y, a sudar frío; lo primero en acudir a la mente , fue el nombre de algún colega; vaya que la pandemia nos ha pegado fuerte.
No fue así: “murió el Jessy…”me dijo a través del celular y, luego el silencio de mi parte; el silencio hecho de palabras y, convertido en un grito de dolor, pero también de resignación ante la voluntad del creador.
La última campanada en el cuadrilátero de la vida, sonó para mi amigo – en realidad su nombre fue Maximino Armenta Salazar—quien formara parte de una generación inolvidable de aquellos boxeadores alejados de vedetismos como ocurre –con sus raras excepciones—hoy en día.
Tuve el placer y orgullo de conocer a este hombre, digno hermano de otro grande y, enorme campeón nacional de peso medio, Everardo Armenta Salazar.
Más allá de sus combates sobre el cuadrilátero; ese espacio donde el hombre está terriblemente solo y, sobre su cabeza gravita siempre la muerte o una lesión, de este hombre nacido en Los Mochis, Sinaloa y, tío de Carlos Armando le escuché muchas anécdotas, mismas, siempre acompañadas del dios Baco.
Jamás de sus labios, escuché grosería alguna –con todo y vivir en un mundo violento como el boxeo—y, mucho amor por Hermosillo, donde instaló un taller de electricidad –calle Yáñez y Gastón Madrid—a donde llegó gracias a la leyenda del “chapo” Romo, quien tras verlo pelear en Los Mochis, lo trajo a Sonora.
“¡Par de sinvergüenzas…!” le dijo en su cara al tío, mi amigo Carlos Armando, una tarde en el departamento que ocupa en Villa de Seris y, donde le pedí, recordara cuando de la mano del famoso “zorro del norte” –chapo Romo—viajaran a Roma, para enfrentar nada menos que al entonces “monstruo”, Nino Benvenuti, campeón mundial de los pesos medios, adorado por los italianos.
Mismo que fue destronado a la postre –creo en 1970—por el llamado “Macho” o “Robot”, el argentino Carlos Monzón; bueno, llegaron ambos al aeropuerto de Roma “y nos recibieron en una limusina…” narró aquella tarde mi amigo, mientras de mi cerveza probó apenas un sorbo.
Luego lo que pocos saben: en realidad el equipo del campeón mundial, pidieron al “chapo” Romo, a Everardo y, no a su hermano, sabiendo que el mochiteco acusaba decadencia y, temieron los puños del “Jessy”.
“Antes –sic–no los chingó la camorra –mafia italiana—le dijo su sobrino, cuando “el Jessy” narró que se dieron “vida de rey” en excelente hotel y, al final, regresar a México, tras la fallida incursión.
La carcajada de los tres fue inolvidable tras dicha peripecia y, más cuando “el jessy” contó: “nos fue bien, me pagaron , comimos y, conocimos parte de Roma…”.
Así quiero recordar siempre al hombre que lo dio todo sobre el cuadrilátero, con dignidad y, supo ser amigo de quien estrechaba su mano; la misma que golpeaba muy fuerte, pero también era generosa para todos.
Descansa en paz guerrero, al igual que Jesús Arturo Llánes Camacho; salud por aquellas tardes inolvidables.